El bisturí

Menuda cara de cemento armado

Mónica García, la ministra con la que Sánchez ha condenado a la Sanidad a un viaje de difícil retorno

Es algo ya sabido que los socialistas encuentran siempre excusas para todo. Si las causas por corrupción les acorralan, la culpa es de los jueces, que son unos fascistas, y de los periodistas enemigos del régimen, que les señalan las presas difundiendo bulos y «fake news» desde los pseudomedios en los que trabajan. Si todo funciona mal –trenes, energía, lucha contra incendios, educación, dependencia y sanidad incluidos–, la culpa es obviamente del PP, de sus recortes, de su negacionismo climático y de su voracidad privatizadora, a pesar de que la izquierda lleve ya más de siete años gobernando en España y haya tenido tiempo más que de sobra para encontrar los remedios oportunos. Si las cosas se tuercen y el ambiente se caldea, la responsabilidad es entonces de los ultras, Franco, Trump y la ola reaccionaria que se extiende por el mundo. Y si la violencia de género se dispara, las mujeres no prosperan en la sociedad heteropatriarcal y los acosadores sexuales proliferan, la imputación se le hace a la derechuza casposa, que fomenta los micromachismos y cercena el empoderamiento femenino, nunca a Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón o José Luis Ábalos, amigos todos ellos de la intromisión en el sexo opuesto, bien sea por la fuerza del liderazgo en el caso de los dos primeros, o previo pago con dinero público, en el último de ellos. Tampoco a Irene Montero o a Ana Redondo pese a su incompetencia manifiesta.

Todo argumento es válido para lograr el fin, que no es otro más que el de seguir en el poder el tiempo que haga falta. Y hay que decir que el PSOE ejerce con pericia este complejo oficio de desviar responsabilidades. Lo que era menos sabido, por la falta de antecedentes gestores serios hasta la firma del acuerdo-trampa entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, es que los comunistas y aprendices de marxistas que le ríen las gracias al presidente para seguir cobrando del Erario público empequeñecen a los socialistas en el difícil arte de esparcir culpabilidades para eludir las propias. De hecho, se han revelado como los máximos maestros de las cortinas de humo y de la engañifa para tratar de engatusar a los incautos, que todavía quedan, aunque cada vez menos, pese a haber visto ya con sus propios ojos lo que son capaces de hacer Podemos, Sumar, Más Madrid y demás sucedáneos para mejorar su forma de vida: la nada más absoluta. Contrariamente a lo que pudiera parecer, no es Yolanda Díaz la gran cabeza visible de este difícil arte de las maniobras de distracción y de los fuegos de artificio. Puede que no lo sepa pero la vicepresidenta está amortizada, y sus brindis al sol, sus brotes de locuacidad y su autopropaganda pagada con dinero público han perdido efecto entre votantes, simpatizantes y compañeros de viaje, que son los que terminarán eliminándola de la vida pública. La suma sacerdotisa de esta pantomima eterna de la izquierda y la ultraizquierda es Mónica García, la ministra con la que Sánchez ha condenado a toda la sanidad a un viaje de difícil retorno. Escucharla dos años después de que llegara al cargo culpar a Isabel Díaz Ayuso y a Juanma Moreno de destrozar la sanidad, cuando con ella las listas de espera van peor que nunca y los medicamentos se aprueban más tarde que nunca, y cuando miles de médicos y sanitarios protestan en las calles contra sus políticas, es ya de premio. Y encima, sin pudor alguno. Menuda cara de cemento armado.