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Editorial
No esperamos dimisiones ni elecciones. Pero la corrupción es una mancha indeleble incluso para quien sin escrúpulos cree que la justicia nunca lo alcanzará
Vivimos tiempos frenéticos en los que los acontecimientos se solapan y las crisis apenas sobreviven política y mediáticamente a las que las siguen. El eco del debate público se manifiesta como una letanía de mediocridad e incapacidad de una administración que se aplica con ineficiencia a cualquier adversidad. Es un guion recurrente con cada calamidad, que prioriza siempre la contención del daño político y la divulgación del relato de turno de Moncloa a la resolución de la desdicha y la atención de los afectados. Se trata de ponerse la venda sin tratar y menos sanar la herida. El sanchismo es el régimen más virtuoso que se recuerda en la historia de las democracias occidentales en el control, el diseño y la propagación de la narrativa manipuladora y de su inoculación con cierto éxito persistente en la opinión pública. Es una vorágine y un murmullo que tienen como propósito la distracción suficiente para emboscar la realidad de un régimen atosigado y a la defensiva en los tribunales, la política y la calle, sin mayoría parlamentaria y sin otra capacidad de gobernar que la que le conceden sus socios mediante la tarifa de rigor. Es un Ejecutivo cautivo de la provisionalidad y atrincherado en un estado de excepción que queremos pensar sea un fin de ciclo. Que el presidente no se conduzca como lo habría hecho hace meses, sino años, todo mandatario de convicciones y ética democráticas se explica sobre todo por el mapa de la corrupción que publicamos hoy en nuestras páginas con la puesta al día de un entramado que crece y se desarrolla al ritmo de las investigaciones. Ya es complicado, y entendemos que baldío, que Sánchez pretenda convencer a la ciudadanía de que no hay nada tras los casos que protagonizan Begoña Gómez, David Sánchez, José Luis Ábalos, Koldo García o el fiscal general Álvaro García, su círculo más íntimo. Aquello de «todo quedará en nada», la «fachosfera», los bulos... parece imposible de encajar a medida que trascienden y se amontonan los indicios y las pruebas en diferentes instrucciones y juzgados. Que el número de imputados sobrepase al de ministros perfila en sí mismo una enmienda consistente acerca de las actividades y principios del sanchismo. Haber llegado hasta aquí ha sido un hito en un sistema judicial sometido a presiones insólitas en un estado de derecho, con un uso espurio de lo público en litigios particulares y con linchamientos difamatorios con nombres y apellidos de los togados en boca de los ministros. El pliego de cargos es tan extenso como definitivo. Haber pisoteado los códigos de la democracia, con la división de poderes y la colonización institucional como símbolos, además de la quiebra constitucional, debe tener consecuencias. No esperamos dimisiones ni elecciones. Pero la corrupción es una mancha indeleble incluso para quien sin escrúpulos cree que la justicia nunca lo alcanzará.
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