Sin Perdón

La corrupción ética y política del sanchismo

«No es el fin de España, pero es el comienzo del fin del PSOE. Los españoles no olvidarán las fotografías de la ignominia»

La mentira es un fenómeno curioso, porque, como señala María Bettetini en su ensayo «Breve historia de la mentira. De Ulises a Pinocho» (Cátedra), «ha sido prohibida, alabada y creída. Ha escandalizado, consolado y divertido» y añade que «durante las campañas electorales se propalan mentiras descomunales, pero en el fondo las solicitan los propios electores cuando piden a los políticos que les mientan para seguir soñando». No hay duda de que esto es lo que sucede con los dirigentes, militantes y simpatizantes del PSOE que avalan que el candidato a la investidura sea un mentiroso que reconoce, sin ningún pudor, que solo son cambios de opinión y que hace de la necesidad virtud. En estos momentos, a muchos españoles ni nos consuelan ni nos divierten las mentiras de Sánchez, sino que nos escandalizan. En el caso de su comité federal se confirma que solo les mueve una ambición desmedida del poder, algo que si hubieran leído a los clásicos griegos y latinos entenderían que es muy pernicioso para cualquier sociedad. Es algo que conduce, necesariamente, al despotismo y la autocracia, aunque se mantengan los usos democráticos y la ficción de la separación de poderes. El PSOE se aparta para dar paso al sanchismo.

Estamos ante una corrupción ética y política, que no tiene nada que ver con lo que entendemos como enriquecimiento personal. Es la compra de voluntades a cambio de cargos públicos, que ha conducido que los furibundos antisanchistas de antaño sean ahora sus más fieles defensores. Hay veces que siento vergüenza ajena. El fundamento del sanchismo es tan simple que nos podemos remontar, una vez más, a los demagogos populistas de la Grecia clásica o la República Romana. El populismo no es un fenómeno propio de la Historia Contemporánea, sino una enfermedad de la democracia que se remonta a la Antigüedad. Este fenómeno se ha abierto paso hasta alcanzar La Moncloa gracias a las primarias y la partitocracia que es una degeneración del sistema de partidos. Hay que aclarar que los populistas y los autócratas han tenido buenos juristas a su alrededor, así como serviles compañeros de viaje que han visto en su sumisión al líder la fórmula de escalar en la carrera del deshonor. En este caso, me niego a utilizar la digna fórmula del «cursus honorum» de la política romana.

El sanchismo ha conseguido acabar con la concordia de la Transición. No quiero culpar solo a Sánchez, sino a aquellos que han ideado, animado o seguido la estrategia frentista de la crispación. La amnistía o ley de la impunidad es una humillante rendición ante Junqueras y Puigdemont. Es una corrupción ética y política, porque se hace solo para impedir que «la derecha gobierne», tal como reconoció Sánchez, y comprar su investidura como presidente del Gobierno. El duque de Lerma trasladó la capital de Madrid a Valladolid y la devolvió a su lugar de origen cuando le pagaron una cifra millonaria, aunque salió de los bolsillos de los ricos madrileños. En otras ocasiones, los validos o los políticos del periodo isabelino y de la Restauración compraban y vendían cargos. Hasta principios del siglo XIX, en Inglaterra se compraban los destinos militares. En el caso de Sánchez las cesiones y el dinero es a costa de todos los españoles.

La amnistía saldrá únicamente con el voto de 178 diputados, entre los que se encuentran los independentistas, los comunistas y la formación de los representantes del antiguo aparato político y militar de ETA. Esto demuestra que no aporta nada a la concordia, sino que es un nuevo giro en la estrategia diseñada en el pacto del Tinell. El sanchismo prefiere pactar con los enemigos de España, los que rechazan la Constitución y quieren la independencia, que con un partido constitucionalista como el PP. No es el fin de España, pero es el comienzo del fin del PSOE. Los españoles no olvidarán la fotografía de la ignominia con la representante de Bildu, las reuniones con Puigdemont y el contenido del acuerdo con Junqueras. Esto es, de momento, lo que ha hecho Sánchez para comprar los votos de estas formaciones.

La corrupción ética de los aplaudidores y defensores de Sánchez es impresionante, porque alaban las mentiras. Les parece bien que la amnistía fuera inconstitucional y que ahora haya pasado a ser constitucional, porque lo único que quieren es tener un trabajo o conseguir que las subvenciones sigan llegando a sus bolsillos. No hay más que constatar la colonización de la Administración General del Estado y su sector público empresarial. La inconstitucionalidad de la amnistía es tan evidente, que solo cuenta entre sus defensores a los políticos, penalistas, columnistas y periodistas favorecidos por el sanchismo. Hay que reconocer que están muy tranquilos con el Tribunal Constitucional y por eso animan a que la derecha la recurra, ya que, como dicen, Cándido Conde-Pumpido prestará su apoyo, como ha hecho en otras ocasiones, a la causa sanchista y al uso alternativo del Derecho.

La investidura está llena de sombras, algunas ciertamente muy siniestras. Todo parece indicar que Sánchez la conseguirá, ya que Judas Puigdemont solo está interesado en que la amnistía asegure la impunidad a sus amigos y colaboradores. Lo más fácil sería derogar directamente los delitos del Código Penal, para que Cataluña sea una tierra sin ley en la que los socialistas vayan de la mano, en ese futuro luminoso, de ERC y los herederos de Convergència. La muerte del socialismo español comenzó hace unos años cuando abrazó el radicalismo y ensalzó la mediocridad, pero su crisis final llegará con los estertores del sanchismo y su corrupción ética, moral y política.