Quisicosas
El despertar del «dormido»
Hasta octubre próximo tenemos oportunidad de mirar con ojos nuevos el cuadro que estuvo echando una larga cabezadita
Caravachio, así con ch lo escribían en el siglo XVIII en España, pero no todos debían considerarlo un pintor excepcional. Evaristo Pérez de Castro, sí. Este amigo de Goya, presidente del Consejo de Ministros con Isabel II, supo que la Academia de San Fernando tenía un Caravaggio y propuso su permuta por un cuadro de Alonso Cano, de forma que un ecce homo impactante se incorporó a su colección personal. Pero las familias son un piélago genealógico, en ocasiones con escasa memoria, y tanto y tan bien se perdió el recuerdo de Evaristo entre los suyos como el del «Caravachio», que acabó arrumbado en una casa de Almería. A un cuadro perdido u oculto se le dice «dormido».
Cuando el escritor Javier Moro se casó con Sita Méndez de Castro, la memoria de la obra se había perdido: «Tampoco a Evaristo me lo mencionaron jamás. El cuadro lo habíamos visto colgado por ahí, pero era el típico motivo religioso al que nadie presta atención. Molestaba por su severidad». Bien podría haber terminado en la basura. El sentido práctico de dos mujeres, dos tías de Sita, Merche y Begoña, les llevó a ofrecérselo en 2021 a la galería Ansorena, quizá se pudiese obtener algo de aquel Cristo rodeado de un par de sayones malencarados. Y Ansorena lo sacó a subasta por 1500 euros, lo que cuesta un coche viejo. Cuando el catálogo circuló, algo se despertó en Italia. El mayor experto mundial en Caravaggio casi se infarta de emoción. Vittorio Sgarbi sabía de un cuadro del autor perdido en España. Encargado por el embajador para la Corona, había pasado después a la colección de Godoy y finalmente a la Academia de San Fernando, pero había desaparecido. Ante aquel hombre ensangrentado, aquellos gestos desmesurados de los que lo rodeaban, reconoció la mano del autor. ¡Aquello era el Caravaggio perdido!
Jets privados empezaron a aterrizar en Barajas, procedentes de Nueva York, Shangai, Londres. Los grandes coleccionistas enviaron a sus marchantes y expertos. ¡El cuadro alcanzaba los 300 millones de euros en las ofertas! Entonces el Museo del Prado se alerta. Imposible pagar esa astronómica cantidad del erario público, pero se logra que el cuadro se declare Bien de Interés Cultural. La decisión impedía sacar la obra de España y, a la vez, encontrar compradores locales por su valor de mercado. Finalmente, un filántropo británico con residencia española pagó 36 millones de euros a la familia, con tal fortuna que lo ha puesto a disposición del público y, desde ayer, el Prado lo muestra en sus salas. Hasta octubre próximo tenemos oportunidad de mirar con ojos nuevos el cuadro que estuvo echando una larga cabezadita.
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