Bruselas

El compromiso de España

El espaldarazo de Bruselas a los esfuerzos de contención fiscal de España adquiere especial relevancia en vísperas de que el Gobierno de Rajoy anuncie la segunda oleada de reformas y modifique sus previsiones macroeconómicas. Es cierto que la desviación del déficit en 2012 fue de siete décimas con respecto al objetivo fijado, pero aciertan las autoridades comunitarias al mirar más allá de los números y fijarse en la sinceridad del compromiso de nuestro país para cuadrar sus cuentas sin trampas ni excusas. Y en este sentido, bien puede decirse que ha cumplido no sólo con la reducción del déficit estructural en un porcentaje del que no hay precedente en la zona euro, sino que además lo ha hecho en medio de una recesión aún más grave de lo previsto y de forma simultánea a la puesta en marcha de un programa de reformas serias y solventes. En suma, lo que ayer vino a reconocer Bruselas es que España ha hecho responsablemente sus deberes y de ningún modo puede achacarse el 7% de déficit a la desidia o la incompetencia. Pero implícitamente ha dicho algo más: que el ajuste fiscal debe estar al servicio de la recuperación económica y no esta última al servicio de aquél. Es decir, que España necesitará más tiempo para llegar a esa meta, hoy lejana, del 3%. Nuestro país se halla en un punto de inflexión a partir del cual se espera que la economía vuelva a la senda de crecimiento y que se genere empleo. Sin embargo, no todo depende de los sacrificios ni de una nueva tanda de reformas profundas; ambas condiciones son necesarias, pero no suficientes. También se requiere un mayor compromiso comunitario en apoyo de las políticas de estímulo, sobre todo en lo relativo a la creación de empleo. España tiene que cumplir escrupulosamente con su parte, que es recortar el gasto público y profundizar en las reformas, pero la UE debe asumir la suya con más determinación y claridad que hasta ahora. En este sentido, no podemos estar más de acuerdo con lo dicho ayer por la canciller Angela Merkel cuando afirmó que los países deberán ceder soberanía para una mayor integración y eficacia, o de lo contrario será muy difícil salir del pozo en el que se hallan. Es justo lo que Mariano Rajoy viene pidiendo de manera insistente desde la cumbre europea de junio de 2012: que se den con rapidez los pasos hacia una unión bancaria de modo que la financiación sea igual para todos los países y empresas, que se acelere la supervisión fiscal y que el Banco Central actúe como dinamizador de las políticas de crecimiento. En aquella ocasión, la canciller alemana se mostró remisa a esta hoja de ruta y se encastilló en su proverbial defensa de la austeridad. Pero un año después, parece dispuesta a impulsarla, tal vez porque la mala evolución de la economía europea le ha persuadido de que los sacrificios no bastan ni fortalecen al enfermo.