Gobierno de España

El dilema de Rivera: Sánchez o Casado

El eje viejo-nuevo en la política española ya ha pasado. Es historia. Ningún partido recibirá un voto de más exhibiendo su juventud. Los recién llegados, Podemos y Cs, han dado muestras de envejecimiento prematuro y los de toda la vida, PP y PSOE, han adquirido formas del activismo de los recién llegados. En ese aspecto, estamos donde estábamos, pero con la diferencia de una mayor fragmentación electoral, a repartir entre cuatro o más, si se cumplen las expectativas de Vox. Se puede decir que el bipartidismo ha mutado en un pentapartidismo a dos bandas. Puede que abra otras opciones de alianza. Las dos últimas e inacabadas legislaturas en medio de la mayor crisis económica y constitucional sufrida por España han bastado para saber cuál es la posición de cada uno precisamente sobre las dos cuestiones centrales que constituyen la política española: cómo hacer posible el crecimiento económico sin costes sociales altos y cómo mantener España unida con un proyecto común y a salvo del nacionalismo disgregador. Sería deseable que el debate electoral no diese la espalda a una parte fundamental: el Gobierno de Sánchez no ha sido un revulsivo para la economía española, en contra del mitin que lanzó el viernes pasado desde la tribuna del Consejo de Ministros, sino que ha sido motivo de estancamiento: en el PIB (del 2,8% al 2,4%), en el consumo, en las exportaciones, en el empleo y afiliados a la Seguridad Social y en los efectos que tendrá la subida del SMI en la creación de puestos de trabajo. Los ocho meses de gobierno de Pedro Sánchez han tenido una consecuencia inmediata: la radicalización política, por un lado, y la tendencia del electorado a girar hacia la derecha. Por primera vez en la política española tras la Transición, el centroderecha ha construido una alianza natural cuyo primer resultado se ha plasmado en las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre y la formación de un gobierno en la Junta con PP y Cs y el apoyo parlamentario de Vox. Todo indica que no será una alianza circunstancial, si todas las partes asumen su responsabilidad. En este caso es Albert Rivera quien siempre ha mantenido una posición más ambigua, que ya ensayó en febrero de 2016 con un documento de doscientas medidas para hacer presidente a Sánchez, pero falló Pablo Iglesias. Ocho meses después, Cs apoyó la investidura de Mariano Rajoy, al que dijo que nunca votaría. El pasado viernes, cuando Sánchez anunció las elecciones para el 28 de abril ya dejó claro que su objetivo era demonizar al centroderecha, situar a partidos plenamente democráticos y constitucionalistas fuera del sistema y hacer una llamamiento a una política frentista, sin reparar que sin PP y Cs será imposible llegar a un acuerdo de Estado que recomponga la situación política en Cataluña. Pero de ello debe ser también consciente Cs en su habituales cortejos a los socialistas. Si en la próximas elecciones generales del 28-A el centro derecha sumara más votos que el bloque de la moción de censura que llevó a Sánchez a La Moncloa, el PP de Pablo Casado tendría la obligación de formar Gobierno con los apoyos de Cs y Vox. No cabrían vías intermedias, sino aceptar y dar forma a esa nueva mayoría. Pero en ningún lugar está escrito que sea así, ya que el partido de Rivera puede ser determinante en mover la balanza hacia un lado u otro. Esa posibilidad la debe tener también en cuenta Sánchez, pues ni está claro que vuelva a sumar a los independentistas catalanes en mitad del juicio del 1-O y menos sin contrapartidas claras, ni que Podemos le aporte en su descenso los votos necesarios. Como decíamos, Cs es ya vieja política y puede que su medida indefinición quede oculta por un hecho que no será menor: el futuro Gobierno no se sabrá antes de las elecciones del 26 de mayo, por lo que nadie descarta un pacto global. Sería lógico, por lo tanto, que Pablo Casado pidiese claridad a Rivera sobre con quién está dispuesto a gobernar.