PP

El PP, referente del centro político

Nada hay en la política más complejo que la gestión municipal, en la que no sólo operan las clásicas variables ideológicas, sino factores de carácter localista o, todo hay que decirlo, meramente personalista que condicionan los grandes pactos generales y los acuerdos de coalición. De ahí que debamos de reconocer la buena labor negociadora de los dirigentes populares Teodoro García Egea y Javier Maroto que ha cristalizado en la recuperación de amplios espacios de poder, que sería mejor llamar de gestión, para el Partido Popular, espacios que deben ejercer de necesario contrapeso a una legislatura nacional que se presenta incierta, con un Gobierno socialista en minoría y en riesgo cierto de verse condicionado por formaciones con intereses propios, no siempre coincidentes con los del conjunto de la nación.

Sin pretender minusvalorar los esfuerzos realizados en el mismo sentido por las formaciones que lideran Albert Rivera y Santiago Abascal, que, salvo algún estrambote de muy difícil explicación, han sabido traducir la voluntad de sus votantes, lo cierto es que ha sido el Partido Popular el que ha llevado el peso de las negociaciones, no sólo por sus incuestionables resultados en las urnas, que hacen valer la proporcionalidad obtenida por cada partido, sino por la voluntad de incorporar a la normalidad de la vida pública a una formación como VOX, de tinte fuertemente conservador si se quiere, pero muy alejada de la caricatura extremista con que la pinta la izquierda. Esta postura del partido que lidera Pablo Casado contribuirá, sin duda, ha resituar en el imaginario colectivo al PP como partido de centro, que es, por otra parte, la adscripción ideológica con la que mejor se identifica a la derecha española, en línea con los grandes movimientos conservadores de nuestro entorno europeo.

Y si es cierto que el Partido Popular ha recuperado para sí mismo muchas de las parcelas de poder perdidas, con Madrid como principal enseña, también lo es que ha sabido ceder allí donde era necesario, y posible, para neutralizar unas políticas de izquierda que habían sido rechazadas en las urnas. No es tanto, a nuestro juicio, un ejercicio de posibilismo, como una constatación de la voluntad a medio plazo de la nueva dirección popular de recuperar los apoyos perdidos en favor de Ciudadanos y VOX en un escenario de extraordinaria crisis económica, que el Gobierno de Mariano Rajoy tuvo que superar, agravada por la denuncia de una serie de casos de corrupción gestados en las épocas de bonanza, –pero hechos públicos cuando muchos españoles no podían hacer frente a sus obligaciones diarias– y por la exacerbación de la crisis separatista en Cataluña, que aunque fue gestionada desde el más estricto respeto a la legalidad y a los derechos individuales de los ciudadanos catalanes, no fue bien comprendida por una parte de sus votantes.

Previsiblemente, los socialistas van a utilizar el espantajo de la extrema derecha y de la vuelta del fascismo para deslegitimar a la oposición popular en una actitud claramente hipócrita por cuanto desprecia olímpicamente el hecho de que el PSOE no ha tenido el menor empacho en pactar alcaldías con grupos de extrema izquierda, incluso, separatistas, que habían sido ganadas con holgura por la oposición. No es un juego que vaya a darles buenos resultados, mucho menos si el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ve obligado a buscar el respaldo de los proetarras de Bildu y los separatistas de ERC para mantenerse en La Moncloa. Finalmente, hay que destacar un hecho incuestionable: que el actual mapa del reparto del poder municipal en España es mucho más exacto que el que había antes de las elecciones del 26 de mayo. Aunque haya excepciones clamorosas, como en la ciudad de Badalona.