Iglesia Católica

El programa de Francisco

Nueve meses después de su elección, el Papa Francisco ha plasmado las líneas maestras de su Pontificado en la exhortación apostólica «La alegría del Evangelio» («Evangelii Gaudium»), hecha pública ayer. No se trata exactamente de una hoja de ruta al uso, ni siquiera es un programa de gobierno. Es, ante todo, el impulso espiritual que el Santo Padre desea imprimir a la labor eclesial, de acuerdo a las conclusiones del Sínodo celebrado en octubre de 2012. Es decir, no estamos ante una propuesta estrictamente personal, sino ante la síntesis de lo que expusieron los obispos hace un año. Eso sí, formulada con el genuino estilo, vital y profético, del Papa Bergoglio. Ya desde la primera frase se adivina cuál es la esencia del documento papal: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Francisco quiere una Iglesia propagadora de la alegría y menos encorsetada por la maraña de preceptos, más abierta al espíritu y menos cerrada en las normas. Esto es, profundamente pastoral y permeable a las inquietudes de los hombres, porque no se «puede dejar las cosas como están». El Papa llama a una auténtica reforma de todas las estructuras eclesiásticas para devolverles la frescura misionera, para eliminar todo aquello que no esté ligado directamente con el núcleo del Evangelio. Habla la exhortación apostólica de «saludable descentralización», de que las conferencias episcopales sean más eficientes e incluso de «una conversión del Papado». También advierte contra el clericalismo excesivo, pide a las comunidades eclesiales que no caigan en guerras intestinas y defiende un mayor protagonismo de la mujer, si bien descarta la ordenación femenina. Francisco quiere una Iglesia con las puertas abiertas, en la que la Eucaristía no sea «el premio de los perfectos, sino un generoso remedio para los débiles». Tras esta revisión de puertas adentro, el documento papal aborda la situación económica internacional desde los postulados tradicionales de la doctrina social de la Iglesia, es decir, con una severa crítica a la especulación financiera y una censura de las políticas económicas que pierden de vista a los más pobres y necesitados. Francisco lo afirma claramente: el sistema económico actual, excluyente y no equitativo, «es injusto de raíz... Esa economía mata». Y también: «Vivimos en una nueva tiranía invisible, a veces virtual... de un mercado divinizado» donde imperan «la especulación financiera», «una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta». De ahí que Su Santidad inste a cuidar de los más débiles, pero también a luchar contra el relativismo que desnaturaliza los vínculos familiares. En resumen, estamos ante un documento papal de excepcional vigor, llamado a impulsar un gran cambio en el estilo y las actitudes de la Iglesia.