Apuntes
El elemental principio de precaución y los trenes
Al final, Óscar Puente concluirá que el problema de los trenes no es culpa de Isabel Díaz Ayuso
Que un tren descarrile entra dentro de lo probable. Como, también, que haya tramos de vía que precisen de trabajos de reparación, que exijan mayor mantenimiento o que no mariden bien con un determinado modelo de convoy. Una buena red ferroviaria cuesta mucho dinero y su deterioro, generalmente, es un síntoma de que algo no funciona bien en el país. Es más, la calidad de los servicios de cercanías es uno de los baremos precisos que miden el desarrollo social y económico de una nación. En la Comunidad de Madrid la red presenta preocupantes muestras de fatiga, el mal estado de algunas estaciones, como la de Majadahonda, es evidente y el malestar de los usuarios, a muchos de los cuales se les ha disuadido por las bravas, es decir, desde el poder político, del uso del vehículo privado, no deja de crecer.
Hablamos, además, de unos convoyes de alta capacidad, que alcanzan grandes velocidades y que transportan personas, razón suficiente, me parece, para que los responsables del servicio se apliquen el elemental principio de precaución, no vaya a ser que un día ocurra una desgracia. Sin embargo, la crisis de las cercanías de Madrid, declarada «provincia rebelde» para el régimen sanchista, se ha convertido en otro campo de batalla político, con cruces de tuits, acusaciones e invectivas varias, con Isabel Díaz Ayuso en el papel de enemigo a abatir por parte de los gubernamentales.
Es una muestra de la socorrida estrategia de darle leña al mono hasta que hable inglés, o chino, que tantos días de gloria está proporcionando a La Moncloa, pero que deja a los madrileños de a pie, incluso, a los que votan a partidos de la izquierda, con la indefinible sensación de ser los pringados en el artefacto político que se ha montado Pedro Sánchez para seguir en el gobierno.
No es cuestión de cantar las virtudes de la capital de España y de su zona de influencia porque no hay más que darse una vuelta por las atestadas calles y plazas de Madrid, tratar de reservar una mesa en cualquier restaurante del centro, conseguir una entrada para un musical o asistir a una sesión del Circo Mundial, por poner un ejemplo. No sé si se debe a la genialidad de Ayuso o, simplemente, a una manera de gobernar que trata de molestar lo menos posible a los ciudadanos porque les considera como adultos, capaces de tomar sus decisiones y de sacar a la familia adelante con su propio esfuerzo.
Y claro que hay problemas. Como los que presenta una red de cercanías que, insensiblemente, va experimentando un deterioro en el servicio que sólo se explica en la desidia de sus gestores o en la resignación de quienes no pueden cumplir su trabajo por razones que escapan a su voluntad, fenómeno más extendido en la Administración española de lo que pueda suponerse.
Hay que concluir que o bien nos gobiernan unos torpes o bien se trata de provocar el desgaste del adversario político. Aunque no hay que perder la esperanza y un día, esperemos que no muy lejano, el ministro de Transportes, Óscar Puente, que no lo hizo del todo mal en Valladolid, y el consejero del ramo de Madrid, Jorge Rodrigo, se sienten a tratar del asunto como personas adultas y en calidad de servidores de los ciudadanos. De todos. Porque, insisto, siempre conviene agarrarse al principio de precaución, que, luego, vienen los líos de banquillos y tribunales. Eso que la izquierda llama lawfare.
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