Aunque moleste
La estrategia de no dejar hablar
A Sánchez le sobran los modales. Por eso anoche perdió el debate. Por interrumpir todo el tiempo y no saberse comportar
Dudo que mucha gente se enterara anoche de lo que Sánchez y Feijóo proponen a los ciudadanos. Más que un debate con intervenciones bien desarrolladas, se convirtió en realidad en un toma-daca de interrupciones sin freno que impidieron un mínimo de argumentación razonablemente expuesta. Sobre todo, en el caso del presidente del Gobierno, cuya principal estrategia fue la de no dejar hablar al candidato del PP. Cualquier cosa que decía Feijóo era de inmediato embarrada con morcillas, coletillas, comentarios, ecos, frasecillas, risas, gracietas y pellizcos de monje ursulino. Menudo nivel. Nadie que no permita expresarse a su oponente de manera civilizada debería tener la más mínima opción a disputar la presidencia del Gobierno. Sánchez habló todo su tiempo y la mitad del que le correspondía al gallego. Además, cortó de manera descortés, brusca y permanente a la persona que tenía enfrente. Algunos piensan que eso es mala educación, pero en realidad era la estrategia urdida por la factoría monclovita para evitar un debate de verdad. Para impedir que Feijóo pudiera hilar dos frases seguidas. No debatieron casi nunca. Sánchez lo impidió. O era la estrategia de los asesores o es que es ese el auténtico rostro de un presidente al que no le gusta escuchar y sólo sabe interrumpir.
Sánchez no ha sorprendido. Tras los cara-cara del Senado lo podíamos imaginar. Tono agresivo, faltón, la estrategia propia de quien va perdiendo y tiene urgencia por darle la vuelta al marcador, aunque sea de penalti injusto por mano inexistente. Sin faltar el inevitable rasgo de arrogancia que tanto ha exhibido en sus comparecencias parlamentarias. Quienes le tratamos cuando era un simple diputado jamás pudimos atisbar el personaje altivo que lleva dentro. En sus primeros debates en Veo o 13 TV se mostraba siempre moderado. La sorpresa fue cuando apareció desatado en el cara a cara con Rajoy llamando indecente al presidente del PP. De Rajoy se pueden decir muchas cosas. Cuestionar su honradez, no. Fue tan grosero aquel insulto que Sánchez se tuvo después que disculpar. Aunque ya daba igual, porque el daño en prime-time estaba hecho. La calumnia siempre queda. El mal gesto también.
Los que conocimos ese otro Sánchez presuntamente mesurado no alcanzamos a entender semejante transformación, al estilo del doctor Jekyll cuando mutaba a míster Hyde. El estilo arrabalero ha sido después habitual en sus diatribas senatoriales. Descaro, incorreción, impertinencia y morro torcido. No lo puede evitar. Lo lleva en los genes. Por eso anoche ya sabíamos que, tras un primer picoteo espiritual, con esa característica voz aflautada de fraile cenobita, en algún momento acabaría saltando al lodazal.
Todo lo contrario que el gallego. Hombre sosegado al que Sánchez no dejó expresarse con tranquilidad, pero que golpeó donde duele cuando el líder socialista le permitió hilar dos frases seguidas. Ora en el bazo con los peajes de las autovías, ora en el hígado con Bildu y ETA, ora en el morro con los violadores del «sólo sí es sí». Un gallego corriente frente al todopoderoso hombre del falcón. Serenidad versus fullería. Templanza contra soberbia. Hizo Feijóo gala de su habitual sensatez. Quizás porque es exactamente como parece. En materia de prudencia, Feijóo va sobrado. A Sánchez le sobran los modales. Por eso anoche perdió el debate. Por no saberse comportar.
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