
Tribuna
Europa: pacifismo o militarismo
Sin liderazgo político y sin un enfoque geopolítico equilibrado, las sociedades europeas corren un serio riesgo

Tras casi cuatro años desde el inicio de la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania, y la consiguiente guerra de desgaste en territorio ucraniano, el curso de acción del conflicto ha alcanzado un punto irreversible. La situación puede escalar y empeorar –para todos–, pero no mejorar para Ucrania.
Las dinámicas en el frente de guerra ucraniano hacen factible no solo el establecimiento de las bases para la resolución del conflicto, sino que aproximan el momento crítico en el que uno de los contendientes –para el caso, se trata de Ucrania– tendrá que asumir concesiones estructurales. Sean estas de facto (cesión de territorios, neutralidad geopolítica) o de iure (reforma constitucional, reducción del tamaño de las fuerzas armadas, no adhesión a alianzas militares).
Es obvio que para Ucrania y para su principal valedor militar, Estados Unidos, resulta excesivamente gravoso, en estos momentos, mantener en el tiempo la intensidad y la capacidad de los esfuerzos de guerra durante más años. Aunque les disguste, tanto en la OTAN como en la UE dan por hecho que tendrán que aceptar lo que EE. UU. acuerde con Rusia respecto a Ucrania. En Europa nadie es ajeno al hecho de que la Administración Trump está urgida en salir cuanto antes del conflicto ucraniano, para ocuparse de sus objetivos estructurales, en Asia Pacífico, y coyunturales, en América Latina y el Caribe.
Para las potencias europeas la situación es muy distinta. Necesitan ganar tiempo para encauzar su proceso de rearme y para dotarse de una disuasión convencional propia. Un eventual arreglo en Ucrania impuesto por quien los europeos consideran el hegemón benevolente (EE. UU.), en connivencia con la potencia que perciben como malevolente (Rusia), aboca a los países europeos al militarismo o la neutralidad.
Sin liderazgo político y sin un enfoque geopolítico equilibrado, las sociedades europeas corren un serio riesgo. Porque entre asistir a una resolución de la guerra en Ucrania favorable a Rusia o influir para que esta prosiga su curso, las potencias europeas prefieren la segunda opción. El temor de estas, parafraseando una vieja divisa de la cultura política estadounidense, es que «si no están en la mesa, son parte del menú». En este sentido, la guerra en Ucrania parece ser la única manera que tienen para desgastar y mantener ocupada a Rusia.
La impresión que transmite el discurso de las élites políticas comunitarias es que estas parecen haber concluido que, de lograr Rusia imponer sus condiciones para la paz a Kiev, será Europa en su conjunto la que tendrá que asumir el alcance de la neutralidad de Ucrania en sus dinámicas relacionales en el concierto de las grandes potencias. Especialmente, ahora que queda en evidencia la falta de eficacia de la política de sanciones occidentales –hoy objeto de negociación entre la Casa Blanca y el Kremlin– y con la maquinaria rusa inmersa en un esquema industrial orientado a la economía de guerra.
Esta es la razón, pero no la única, por la que una eventual pacificación del escenario ucraniano no se traducirá en una paz para Europa. Desde los altavoces de la UE y la OTAN se empieza a escuchar la música y la melodía de que, aunque se alcance un eventual acuerdo de paz para Ucrania, ello no implicará la desaparición de la amenaza rusa sobre los países comunitarios y aliados. Lo cierto es que razón no les falta, sobre todo si se tiene en cuenta el nivel de implicación de los países europeos en la guerra de Ucrania. Especialmente, en el Reino Unido, Francia y Alemania.
Ahora que desde las instituciones comunitarias y las instancias aliadas se observa con recelo la conducta de España respecto a lo que consideran una falta de compromiso con el objetivo establecido por Trump de destinar el 5% del PIB en gasto militar para 2035, cabría volver la mirada hacia atrás para ver cómo se ha llegado hasta aquí. Desde la ambigüedad discursiva expresada en la Cumbre de la OTAN en Bucarest (2008) hasta la subordinación formal respecto a EE. UU. en la cumbre de La Haya (2025), la trayectoria de los países europeos, en el marco de la Alianza Atlántica, no ha tenido precisamente una evolución gloriosa.
En el ámbito comunitario, la ausencia de una visión geopolítica equilibrada por parte de la Comisión Europea, claramente inclinada hacia los intereses estadounidenses, cuando su cometido es velar por los intereses de la UE, es responsable –o corresponsable, si se prefiere– de la actual deriva europea. El auge de partidos extremistas, euroescépticos y demagógicos que proliferan en el Parlamento Europeo se enmarca no únicamente en la acumulación de poder de las principales instituciones comunitarias, sino en la preponderancia de los cuadros tecnócratas.
La neutralización de Ucrania, lejos de aplacar la mentalidad de guerra que se ha instalado entre las élites políticas europeas, lo que hará es exacerbar el militarismo europeo.
Youssef Louah Rouhhou, es analista de Asuntos Internacionales.
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