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Ventanilla Única

Evitemos que George Taylor insulte a los maníacos

No quiero que el turismo haga buena la frase de George Taylor en El Planeta de los Simios: «Maníacos, lo habéis destruido todo. Al final lo habéis hecho»

Todos los que ya tenemos unos años y nos identifican con la generación «babyboomer» tenemos en nuestra retina la imagen de la Estatua de la Libertad de Nueva York semienterrada en la arena mientras el comandante George Taylor, encarnado por el gran Charlton Heston, espetaba al aire aquella mítica frase de: «Maníacos, lo habéis destruido todo. Al final lo habéis hecho».

Tampoco me voy a poner tan dramático, pero sí que voy a usar esta escena como una llamada de atención sobre la oleada destructiva que un turismo sin control y sin educación puede causar al patrimonio histórico y a la propia sociedad. Nadie discute los beneficios económicos que el sector turístico aporta a la economía nacional –que ya supera el 12% del PIB–, pero corremos el riesgo de morir de éxito si no se crece de forma ordenada y racional.

Empiezan a ser generalizadas las quejas de las asociaciones vecinales de muchas ciudades españolas, en las que el turismo de masas se ha convertido en un riera desbordada tras una tormenta, provocando un impacto negativo sobre el entorno local, con consecuencias perniciosas sobre la población, a la que se está forzando al éxodo hacia el extrarradio, acosada por los ruidos, la contaminación, la congestión de los servicios públicos o el encarecimiento de los alquileres y del precio del metro cuadrado.

Y luego están los daños colaterales, los que afectan a cosas imperceptibles, como la tranquilidad, la cotidianidad, la familiaridad y las relaciones personales, aquellas que se hacen con el roce diario. Buena culpa de esta despersonalización de los centros históricos tiene que ver con el cierre de los comercios tradicionales, que están cambiando con abrumadora rapidez por cadenas de comida rápida con colores estridentes y tiendas de abalorios para el trueque con los «conquistadores» foráneos.

Tengo que confesar que empieza a crisparme los nervios el sonido de las ruedas de la maletas de los turistas que móvil en ristre buscan desesperadamente una dirección. Son como una invasión de medusas urbanas que se mueven sin aparente rumbo por nuestras calles y que te inducen a esquivarlas para que no te pregunten por una dirección.

Va a llegar un punto en el que en los Ayuntamientos de las ciudades nos van obligar a pagar una tarjeta como la del Metro y pasar por unos tornos si queremos acceder al centro de la ciudad. Estaría ya dispuesto a ello para evitar que, como George Taylor, tenga al final que insultar a los maníacos que acabaron con la Plaza Mayor.