A pesar del...

Fábula del capital

Siempre me pregunto por qué toda esta gente que deplora la debilidad del Estado no se molesta en mirar las cifras sobre el gasto público

La exposición del Conde Duque, titulada «La gran fábula del capital», es un disparate antiliberal con una seria moraleja: todo lo pagó usted, señora.

El País saludó alborozado la muestra, calificándola de «lúcida e inspiradora», y tituló: «También sus enemigos conocen el sistema». Escribió Javier Montes sobre el lugar de la exposición como símbolo del «poder titubeante» de un Estado en «horas bajas». Siempre me pregunto por qué toda esta gente que deplora la debilidad del Estado no se molesta en mirar las cifras sobre el gasto público o en charlar cinco minutos con cualquier contribuyente.

En fin, sea como fuere, los elogios se derramaron sobre estas «metáforas contra el capital», como leí en eldiario.es; son obras contra el «realismo capitalista» o el «desenfreno consumista», apuntó Público; hasta el ABC la aplaudió como prueba de que «otro arte crítico no combativo es posible».

Y todo es un camelo, señora. No se explica nada sobre qué cosa es el capital, y, de hecho, no se explica nada de nada. Leeds Animation Workshop denuncia «la falta de guarderías públicas», como si su abundancia no comportara ningún impuesto sobre las mujeres trabajadoras. Barbara Hammer apoya a las lesbianas, pero no dice ni una palabra sobre cómo son tratados los homosexuales en los países donde el odioso capital ha sido aniquilado o expropiado. Sobre tales supuestos paraísos estos lúcidos artistas corren un tupido velo, como el cubano Marco A. Castillo, que nos ilustra sobre el «hombre nuevo», sin referencia alguna a la cruel tiranía comunista que sojuzga al pueblo de su país desde 1959.

Los mensajes son análogos. Esther García Llovet pretendidamente denuncia la pérfida especulación inmobiliaria, aunque, por supuesto, sin nota alguna sobre la relación entre el intervencionismo contra el capital y los problemas de escasez y encarecimiento de las viviendas. Un ingenuo Joseph Beuys sitúa el mal en la partitocracia y el bien en la democracia directa, como si la libertad estribara en la forma del poder y no en sus límites.

Max de Esteban abomina de la competencia fiscal, como si unos impuestos menores fueran malos para las trabajadoras forzadas a pagarlos. Y el marxista Alexander Kluge condena «el consumo acrítico de mercancías culturales», olvidando que las mercancías se pueden comprar o no, pero usted, señora madrileña, no puede evitar pagar esta exposición, aunque no la haya disfrutado o, como fue mi caso, padecido.