El canto del cuco
Fiesta en el pueblo vacío
El tiempo revuelto de este año no ha impedido que se cumplan todos los ritos que vienen de antiguo.
El pueblo está vacío, pero hay fiesta. Más chocante aún: está deshabitado, pero sigue vivo. Es el milagro de Sarnago. Muy de mañana inician la subida desde la plaza las tres mozas de la móndida. Caminan airosas, quizás un poco aturdidas, detrás del mozo del ramo. Éste carga con una pesada copa de arce adornada con roscos, rosas y pañuelos de seda. Las móndidas sujetan con mano temblorosa el cestaño con cintas de colores, coronado de flores, igual que llevaban sus madres y sus abuelas el cántaro a la fuente. Abre paso el pendón rojo, que sobresale por encima de los tejados de las casas, unos recompuestos y otros hundidos. Los hombres, con camisa blanca, llevan en andas a San Bartolomé, el patrono. Su figura adusta y poderosa, que libró de pedriscos y apostasías durante generaciones, vuelve a recorrer las calles del pueblo. Una banda de música acompaña la procesión laica, sagrada y popular. No hay repique ni volteo de campanas. Desde que se cayó la torre de la iglesia, las campanas permanecen mudas en el suelo del «cuartecillo», bajo el ayuntamiento, donde se ponía el baile en el mal tiempo.
Es una mañana otoñal. En las Tierras Altas se adelanta siempre el otoño, casi sin dar tiempo a recoger las granzas de las eras. Con las primeras lluvias, brotan los espantapastores y hay que encender la lumbre en la cocina. El tiempo revuelto de este año no ha impedido que se cumplan todos los ritos que vienen de antiguo. La gente camina en silencio respetuoso. En un momento dado, ya en el barrio de arriba, se detiene la comitiva y sucede algo que emociona a muchos. El mozo del ramo y las tres mozas de la móndida se inclinan ante la impresionante imagen del santo patrón, que unos desalmados, con el cura de cómplice, intentaron robar cuando la guerra.
Este año había un motivo especial para volver a Sarnago. Me hacían un pequeño homenaje el día de la fiesta por ser el miembro más antiguo de la Asociación, una especie de reconocimiento público de mi primacía en el orden necrológico. Cuando me pongo a escribir sobre la fiesta, tengo la sensación de que lo hago sobre un montón de cadáveres, que se han ido acumulando con el paso del tiempo. ¡Pero Sarnago sigue vivo y está de fiesta! Supongo que los muertos acudirán puntualmente esta tarde a la plaza y bailarán en corro, cogidos de la mano, la canción tradicional: «En este pueblo / todos cantamos, / todos bailamos/ y así entonamos/ esta canción/ rin, ron…».
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