
El buen salvaje
Flotilla de Gaza: el activismo es el nuevo lujo
Sale muy caro ser activista de lujo: irse de crucero o subir a un generador eléctrico y pasar allí unos días
Hay asuntos que solo pueden tomarse en serio desde la frivolidad, que es un concepto más profundo que esa espuma sobre «la decencia» y los buenos sentimientos con la que se desgañitan los apóstoles desde el lado correcto de sus decepciones. Hay momentos en los que hay que ponerse en la cabeza de Carmen Lomana porque no hay otra manera de entender lo que pasa sin que alguien desee tirarse por la borda. Lomana defiende que el activismo es el nuevo lujo. Y tiene razón. Razón rubia, además.
Lamine Yamal se escapa con una novieta a Mónaco, un lugar en el que se hace lo mismo que en el barrio de Salamanca: comprar en Chanel o Louis Vuitton, pero más caro. Lamine, ese placer culpable que derrocha champán como nos gustaría, al menos se lo gana con sus alegres patadas, pero ¿a qué se dedican los que se van de flotillada? Si algún día decidiera hacer algo semejante (espero que para entonces se haya encontrado el perfecto antidepresivo sin efectos secundarios) tendría que pedir, preso de la lógica, permiso excepcional en mi trabajo, como la mayoría de los empleados españoles. Entiendo que Barbie Gaza y otros personajes de la flotilla, ese ridículo diminutivo que corrompe sus grandes intenciones, no tienen nada que hacer en tierra firme o disponen de un colchón financiero en el que a más de uno le gustaría descansar. Sale muy caro ser activista de lujo: irse de crucero o subir a un generador eléctrico y pasar allí unos días. Unos días en Punta Cana, que es a lo máximo que llega el común, sale más barato que una temporadita en ese rincón de la Historia.
Hay pijos que sacan lustre a los mocasines Sebago y otros que cultivan unas rastas que habría que poner en remojo antes de que Sanidad incaute melenas como si fueran partidas de carne mechada en mal estado. No los que más gritan son los que más sufren, ni en Marruecos. Los cabezas de cartel de las revoluciones callejeras han sido siempre chicos bien, los teloneros burgueses de otro sátrapa, por eso no hubo flotilla en los lugares donde más se necesitaba: porque allí ya mandaban los malos.
Ser activista de lujo es otra manera, a lo Balenciaga de ahora, de llevar una bolsa de basura como bolso de 1.400 euros. Barbie Gaza se trae una legión de admiradores que desean hablar con ella, libro en mano, de la terrible experiencia que supone para su mundo quedarse sin «glow» para los labios, antes de proponer una acampada en el Ampurdán donde acabar la conversación acurrucados en el decente deleite del amor.
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