El trípode

Francia y su identidad perdida

Francia, protagonista singular de la Historia junto con España hasta la Revolución, y con el eximperio británico, se encuentra sumida en continuas insurrecciones los últimos años

El caos parece instalado en el país protagonista de la Revolución que marcó un punto de inflexión en la Historia de la Humanidad, entre la anterior Cristiandad –con la transición del Renacimiento–, y la Modernidad. De aquella Francia revolucionaria surgió la llama que se extendería por Occidente destruyendo el Imperio español –el mayor imperio católico del momento–, transformando sociedades «teocéntricas»–Dios como centro y referencia de todo lo creado– en sociedades «antropocéntricas», ocupando el hombre el lugar antes reservado para Dios. Desde entonces, la nación considerada por los papas como la «fille aîné de l’eglise» (la «hija primogénita de la Iglesia») tras la conversión al cristianismo del rey de los francos Clodoveo en 496, ha perdido aquella identidad histórica que la hizo grande entre las naciones.

Ha sido también protagonista de la revolución sexual del Mayo’68 y antes epicentro geográfico de las dos guerras mundiales que alumbraron un nuevo orden geopolítico global. La Primera Gran Guerra, inicialmente solo europea, y mundial al finalizar, eliminó los otros dos grandes imperios cristianos que subsistían al español –el zarista ruso ortodoxo, y el austrohúngaro católico– y alumbró dos nuevos, el estadounidense y el soviético en un mundo geopolítico dual. El actual orden hegemónico de Occidente liderado por EEUU está debatiéndose ahora en Ucrania, a la espera de que Taiwán tome el relevo. Francia, protagonista singular de la Historia junto con España hasta la Revolución, y con el eximperio británico, se encuentra sumida en continuas insurrecciones los últimos años, protagonizadas por grupos sociales que expresan su desencanto en las calles con violencia creciente. Recientes están los «chalecos amarillos» a los que siguieron los opuestos a la reforma del sistema público de pensiones, y ahora la más violenta de todas ellas desde 2005, la desatada por la muerte del joven delincuente argelino Nahel por un policía. Todas estas revueltas durante el mandato del centrista Macron, precedidos por la previa emergencia también en Francia del terrorismo islámico DAESH, durante el mandato del socialista Hollande, con los sangrientos atentados de enero y noviembre de 2015 de Charlie Hebdó y Bataclan. El común denominador de todo ello es una sociedad –la francesa– profundamente enfrentada y radicalizada, con los «banlieu» (suburbios) urbanos, en los que la presencia de la República es marginal en derechos, libertades y en seguridad pública. Es Francia, que extraviada su anterior identidad cristiana, parece mantener en su seno una parte del ADN de los revolucionarios de 1789; de los de la Comuna de Paris de 1871, y de los del Mayo’68. Teología de la Historia.