Insensateces
El fútbol
Cuando encuentren a esos viejitos trátenlos divinamente. Pero sería muchísimo mejor que le dieran una vuelta al concepto. Que, sin nosotros, no hay fútbol. Sin nosotros no hay ni negocio
El Atlético de Madrid S.A.D. nos emplazó el viernes a encontrar a una pareja de ancianos. Iban sentados en el metro, casi dormidos, con un paraguas rojiblanco en la mano de él, después del partido contra el Leipzig de la Champions en el Metropolitano. Ella estaba recostada en el hombro del caballero, exhausta, cansada, agotada. La mujer lleva una sudadera calentita, todavía con el logo. Y a él le delata hasta el reloj. No se puede ser más indio. Hay imágenes de ambos paseando por los aledaños del estadio, con dificultades para caminar, pero firmes en su empeño de ver al Atleti. Sea la hora que sea. Sea como sea.
El Atlético de Madrid S.A.D. ha hecho un llamamiento para encontrarles entre todos los hinchas del equipo. Y estoy convencida de que ya lo están. Ahora vendrá un reconocimiento, algún palco, una ovación enternecedora. No son los únicos ancianos que van al campo. Al del Atleti y al de todos los clubes del mundo. No son los únicos que deben sobreponerse a la lluvia, al frío, a la distancia, a las aglomeraciones, a las incomodidades. No son los únicos a los que un partido rompe el día, lo condiciona, lo alarga. No son los únicos que tienen que acudir apoyados en un bastón, bajando y subiendo escaleras, con accesos pensados únicamente para piernas en forma. Al lado de esos mayores, también están los niños. Hay niños que casi nunca pueden ir a ver a su equipo. Hay muchísimos niños que, a esas horas en las que juega su equipo, jamás están despiertos, no deben estarlo.
Así que, el fútbol, que es ese espectáculo incomprensiblemente adictivo, ese que nos aburre muchas veces pero que nos proporciona un sentido de pertenencia eterno, parece que está pensado y dirigido por personas que no piensan en esas otras personas que se sientan en las gradas. Que no tienen en cuenta las vidas comunes. Que están más pendientes de los palcos de empresas y de taiwaneses. Cuando encuentren a esos viejitos trátenlos divinamente. Pero sería muchísimo mejor que le dieran una vuelta al concepto. Que, sin nosotros, no hay fútbol. Sin nosotros no hay ni negocio.
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