El buen salvaje
La gordofobia como un mal obituario
No podíamos esperar que Pam construyera un obituario con más de una subordinada racional
Si alguien está entre los que merecen un obituario, lo menos que puede pedir antes del último suspiro, si da tiempo a darlo, es que esté bien escrito y que contenga una esencia tal que no haga al difunto revolverse, que se dice, en su tumba. No es suficiente, es más, debería estar prohibido, arrimar unas cuantas alabanzas hasta reunir las suficientes para hacer una hoguera en la que crepiten adjetivos tan biensonantes como hueros. Una vida resumida en un elogio es, al cabo, un fracaso. Morirse sin faltas de ortografía: a eso debe aspirar alguien que ha dejado la suficiente huella.
Hasta no hace mucho, o igual el tiempo se estrecha en mi memoria, el obituario era un género periodístico que muy pocos enterradores dominaban. Yo mismo hice unos pocos con mejor o peor fortuna. Cuando digo que enterré a Yves Saint-Laurent, no quedó mal aquel texto, hay quien me da el pésame como si fuera yo su viudo, y no Pierre Bergé. Los ingleses son todavía maestros en echar un puñado de palabras sobre el ataúd. Solo hay que abrir «The Times». Pero, como tantas cosas, «el último adiós» ya no lo hace el especialista sino una masa, a veces con buena intención y otras manchadas por una prosa cretina, cursi, irrelevante y hasta cabrona.
Se estila en las redes despedirse del famoso como si se le conociera de toda la vida. Lo peor no es que lo haga un común, usted o yo por ejemplo con toda la inocencia que nos vaya quedando, sino políticos que son o fueron algo, y algún puñado de odiadores profesionales. La muerte de Itziar Castro a los 46 años, una actriz de las que caen bien al público y a la que se le reconoce su doble valía por triunfar a pesar de no tener un «cuerpo normativo», y presumiendo de ello, es el último ejemplo de cómo una desgracia le vale al político para hacer el ridículo y a los «haters» para salir de una emponzoñada madriguera. Pobre Itziar.
Ángela Rodríguez «Pam», la que fuera emperadora en el Ministerio de Igualdad, escribió que la muerte de la actriz ha sido utilizada «para insultar más a las personas gordas». No podíamos esperar que Pam construyera un obituario con más de una subordinada racional. A Itziar Castro, castigada desde pequeña por el bullying, hay que enterrarla con palabras victoriosas. Para hacer ruido gordo ya está la típica pandilla de imbéciles. La misma imbecilidad que se alegró cuando un toro cogió a Víctor Barrio y le destrozó la vida. Para despedirte así mejor pudrirse en una hoja en blanco.
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