El ambigú

Los guardarraíles de la democracia

La voluntad del pueblo español no puede ser traicionada

Una lectura recomendable para este verano es el libro escrito por los politólogos de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, titulado Cómo mueren las democracias, y especialmente el capítulo Los guardarraíles de la democracia. Guardarraíl es un concepto que proviene del inglés, guard (guardar, cuidar) y rail (barandilla), y denomina a un elemento de seguridad pasiva que impide que los vehículos abandonen la carretera o salgan involuntariamente de la vía. En España estos guardarraíles o quitamiedos se encuentran en nuestra Constitución y en el bloque de constitucionalidad. La idea central de los autores es que para no poner en riesgo la democracia, la sociedad debe mantener todo un conjunto de sólidas normas que sean «ampliamente conocidas y respetadas» para evitar que «la pugna política cotidiana desemboque en un conflicto donde todo vale», y señalan dos normas básicas, la tolerancia mutua y la contención institucional. En nuestro país la polarización política y la confrontación partidista han provocado un notable retroceso en la capacidad para generar consensos. En este momento, y más desde las elecciones del pasado domingo, se hace necesario trasladar a la actualidad el clima previo al año 1978 en el que ese horizonte constitucional no solo aspiraba a crear un marco de convivencia, sino a fijar el perímetro en el que construir un espacio común delimitado por la configuración institucional de un Estado de derecho. La observancia de nuestra Constitución en un contexto de extrema inestabilidad como el que han generado estos comicios es cada vez más necesaria. La Carta Magna es el verdadero marco del juego político, elemento vertebrador de la democracia, y eficaz instrumento para ofrecer la mejor protección a los ciudadanos, garantizar sus libertades y regular el sistema democrático. Por eso más que nunca hay que reivindicar el espíritu de la Constitución, el cual se cuajó en un espacio de encuentro y disposición al diálogo que la hizo posible a pesar de las disensiones y la diversidad de puntos de vista. La luz de ese espíritu debe brillar con más fuerza en un momento como el actual, en el que la práctica política parece reducirse a la demonización del adversario, y lo que es más grave, en el que algunos actores tratan como enemigos a los que creen en España y como amigos a los que tratan de destruirla. Ahora bien, la Constitución no solo constituye un marco de convivencia, sino que delimita el contorno en el que se ha construido este espacio común, y, sobre todo, sobre el que buscar los consensos y avanzar dentro del amplio margen que marcan nuestros guardarraíles. Nuestra norma fundamental es un instrumento vivo que se adapta dentro de este marco a las necesidades de una sociedad, pero nunca se puede convertir en un objeto maleable o peor, en una especie de combustible o moneda de cambio para conseguir apoyos parlamentarios con el fin de convertir a la segunda fuerza más votada en la que tenga los mayores apoyos parlamentarios para investir a un presidente. La falta de escaños suficientes en un modelo como el nuestro en el que el presidente de gobierno es elegido por el Congreso no puede paliarse confundiendo lo que es el diálogo democrático con una abominable cesión o renuncia a nuestra identidad constitucional. España es un proyecto común e indivisible y así reza en el titulo preliminar de la Constitución, y este es un límite infranqueable y además representa la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles. Hay que evitar cualquier tipo de perfidia y para ello están nuestras instituciones y la inmensa voluntad del pueblo español, la cual no puede ser traicionada, sería una pírrica derrota.