Apuntes

Guionistas de Netflix infiltrados en Moncloa

Si han colado la amnistía pueden colar cualquier cosa, como en la inefable serie «Mano de Hierro»

Han pasado por Netflix una serie española, «Mano de Hierro», refrito de thriller americano con sus tetas de rigor que no tiene ni pies ni cabeza. No les digo más que unos narcos se cargan a tiros a una docena de guardias civiles de la Unidad Especial de Intervención en una nave de las afueras de Barcelona y no pasa nada. Ni se entera la Prensa ni el ministro del Interior monta una de aúpa, ni se detiene a los autores, pese a que hay dos agentes infiltrados ni, por supuesto, el guionista tiene pajolera idea de cómo opera la unidad de élite de la Benemérita. Se nos dirá que se trata de ficción y es verdad, pero si no se consigue la suspensión de la incredulidad en el espectador nos hallamos ante un fiasco, no importa el batido de tópicos de cine de gánster que se sirva. Y el caso, leo por ahí, es que ha tenido buena acogida de público lo que confirma que debe haber mucha gente que vive su ocio, buscado o forzoso, pegado a las plataformas y sin nada mejor que hacer. La cosa es tan infumable –lo del narco mexicano sometiéndose a un rito de vudú a base de ruleta rusa no tiene más explicación que una intoxicación por setas del productor, apenas superado por la tortura y asesinato de una guardia civil sin que a su compañero se le ocurra tirar del móvil y llamar al 091– que uno se pregunta si no se habrán infiltrado sus guionistas en el equipo de propaganda de La Moncloa. Alguien que le hace decir al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que él «trata de hacer de la verdad su forma de hacer política» tiene que ser el mismo tipo que imaginó la escena del mafioso aplastado por un contenedor de 29 toneladas, pero que sale vivo. No creo que la búsqueda de audiencias, políticas, justifique tamaño dislate, aunque hay que reconocer que muchos socialistas parecen traer de serie la «suspensión de la incredulidad», lo que facilita mucho las cosas a unos tipos que, cada mañana, se despiertan con un marrón gubernamental que hay que tapar y que tienen el argumentario con tantas tachaduras que va a resultar ilegible. La última, lo de la ministra de Hacienda acusando a la mujer de Feijóo de tráfico de influencias con el presidente en el escaño de al lado asintiendo con gesto justiciero es de las que te hacen dejar el oficio, al menos, claro, que vengas de escribir «Mano de Hierro». Y no será porque mis compañeros de la siniestra no estén dando lo mejor de sí mismos, con un espíritu de lucha y de concienciación ideológica dignos de mejor causa, que a mí se me haría muy cuesta arriba jalear la cacería de Ayuso, convertida en «asesina de ancianas», mientras «van de putes» los mismos que quieren abolir la prostitución. Pero, en fin, ahí está el adalid de la verdad al frente de un Gobierno que engaña hasta en las cifras del desempleo, que mantiene a un fiscal general puesto en la picota, nada menos, que por el conjunto de la abogacía española y que presenta a Illa, el de la pandemia y las mascarillas inservibles, como modelo de gestor de la cosa pública. Pero si ha colado lo de la amnistía, puede colar cualquier cosa, como en «Mano de Hierro». Ahora mismo, seguro que hay guionistas dando forma a la segunda temporada, la de la financiación propia para Cataluña, el referéndum de autodeterminación y las medidas de gracia a los etarras. Mucho más simple y socorrido que hacer de Barcelona un trasunto del Bagdad de la guerra de Bush.