El canto del cuco

«Guiris» y medusas

No sé cuánto durará, de seguir disparándose el termómetro en esta prodigiosa costa mediterránea, la invasión de turistas llegados de toda la rosa de los vientos

En la playa, bajo la sombrilla, viendo pasar cuerpos gloriosos y otros no tanto, la política se aleja del pensamiento como ese velero que se pierde en el horizonte lejano donde rompe el oleaje. Con el sudor salino se diluye el pensamiento crítico. Aquí interesa más al personal, entre el que me incluyo, la plaga de medusas que invade este año la arena, como cagadas de buey o enormes huevos fritos, brillantes y oscuros, que las extrañas vacaciones del presidente en los dominios del rey de Marruecos. ¡Él sabrá por qué! La tranquilizadora noticia, difundida enseguida entre los bañistas, después del susto inicial, es que estas medusas son prácticamente inofensivas, más inofensivas, desde luego, que el presidente en funciones. Tanto que los niños las cogen con las palas y se las llevan en los cubos. Este verano la «pesca» de medusas se ha impuesto a la afición incontrolable de buscar pequeños cangrejos en las rocas. La vocación depredadora del ser humano viene desde la infancia.

La otra noticia del Mediterráneo, que confirma que asistimos al imparable fenómeno del calentamiento global, es la temperatura del agua. Es como meterse uno en una bañera. Lo digo yo, que soy friolero aunque venga de las Tierras Altas. Es inútil pasear por la orilla, uno de los placeres de la playa, para refrescarse los pies, hinchados por el sol, la brisa húmeda y la arena ardiente. El agua no refresca. En estas playas de Orihuela, invadidas de «guiris» y medusas, el agua del mar roza los 30 grados. En el borde los sobrepasa. Se adivina ya, en la propia carne y en las inequívocas señales, la catástrofe ecológica que viene.

No sé cuánto durará, de seguir disparándose el termómetro en esta prodigiosa costa mediterránea, la invasión de turistas llegados de toda la rosa de los vientos. Aquí ahora mismo estoy rodeado de unas nórdicas rubísimas, unos jóvenes con bañador de rayas que hablan francés, un matrimonio que parece eslavo y, a su lado, bajo una amplia sombrilla oscura casi negra una familia numerosa norteafricana. La parte alta de la urbanización, donde hay más extranjeros que españoles, se conoce como «Guirilandia»… En fin, llega ya la poderosa voz de la gitana que viene cargada, como siempre, con su cesta ofreciendo piñas, coco y rajas de melón. Pasan los subsaharianos con sus mercancías: bolsos, pareos, gafas de sol…Merodean por las sombrillas las masajistas asiáticas. Llega el tipo de los helados con su carrito. Y no faltan los marroquíes cargados con sus mantones, que ignoran que el presidente Sánchez –él sabrá por qué– veranea en su tierra.