Cuaderno de notas

Honrado y limpio

Sánchez ha provocado tal problema de credibilidad sobre sí mismo que si sale a decir que el sol mañana se levantará por el este, la gente corre a la calle a comprar velas y linternas

Apunté en mi cuaderno el diluvio de vino y cava del chupinazo de Pamplona, ese primer momento de la fiesta, víspera de todas las felicidades. Desde aquí, con el aperitivo y la txaranga, se hace muy cuesta arriba concebir una campaña electoral. Me quedé en que Núñez Feijóo había prometido 365 cosas para hacer si llega al poder, entre ellas, destituir a José Félix Tezanos. Decía mi padre que cuando se muere un torero, se rompe un espejo en el que mirarse. Tezanos es el espejo de Sánchez porque Sánchez anda siempre corto de espejos. A mí, 365 promesas de Feijóo me parecen demasiadas porque uno ya escucha a un político prometer y sale a votar traicionado de casa. Votaría al político que solamente me prometiera: «Haré lo que pueda».

Sánchez, que no teme encasillarse en el papel de galán, ha estado en lo de Ana Rosa Quintana a decir que el PP congeló las pensiones y lo hizo Zapatero. Hasta lo votó él con su dedo divino. De una mentira nacen ciento, pero aquí Sánchez ha inventado la metamentira, que supone mentir sobre la propia mentira. En Moncloa creen que diciendo que sus mentiras no lo son, la gente le va a volver a querer y a creer. Veremos qué pasa.

La táctica consiste en que el candidato salga por los platós diciendo que es un político «limpio» y que la gente al escucharle piense: «Yo le creo. Yo no creía en Sánchez, pero le he escuchado decir que es limpio y ahora sí». ¡Cómo no adoran a este mozo, listo, guapo, trabajador, honrado, viajado y limpio!, se preguntan los jugadores de petanca de Móstoles, ¿O era Leganés?

Ningún político es limpio en la medida en que el poder ensucia, contamina y obliga a la contradicción. Puede presentarse como un político voluntarioso, esforzado, falible pero con buena voluntad y otras virtudes que seguro que tiene, pero Sánchez sale a decir que es un político limpio y la gente ya le imagina los cadáveres políticos en bolsas de basura en el maletero. La grieta de la estrategia por la que se cuela todo lo demás consiste en que ha provocado tal problema de credibilidad sobre sí mismo que si sale a decir que el sol mañana se levantará por el este, la gente corre a la calle a comprar velas y linternas.

El problema según Sánchez no es su catálogo de trolas, sino la gente que decimos sanchismo y ahí estamos delante de la lapidación de las mujeres barbudas de «La vida de Brian» como aquel pobre diablo que le dijo a su mujer: «Este bacalao es digno del mismísimo Jehová» y lo mandaron matar. «Sanchismo, sanchismo, sanchismo», «Toda la noche oyeron pasar pájaros» escribió Pepe Caballero Bonald y en Moncloa pasaron la noche escuchando decir sanchismo.

Dicen que tienen la culpa de su derrota los que dicen sanchismo y, claro, la gente venga que decir sanchismo. «Sanchismo», susurran los reventas de los toros en su pregonar disimulado de boca torcida. Sanchismo escriben los chavales en las puertas de los baños de las boleras donde antes se dibujaban penes y mensajes de amor a una tal Marcela, y lo gritan los amantes mientras hacen el amor: «Sanchismo, sanchismo, sanchismo…». No existe nada más efectivo para conseguir que un español repita algo que el mismo presidente le ordene: «No lo digas».