Apuntes

De insultos, bulos y bulas

Créame, presidente, de que antes de que saltara el «caso Begoña» ya se hablaba de los negocios de su esposa

Desde «el tahúr del Mississippi» y el «Suárez entraría montado a la grupa del caballo de Pavía» hasta el «apestan la tierra», hay que reconocer que el PSOE no ha dejado de profundizar en esa vena zafia, que es la sustancia que alimenta la demagogia. El problema del insulto, como explicaba Zugazagoitia, el director del «El Socialista» en los años de la guerra civil, es que, a la postre, genera violencia y hace que gentes del común, de buen comercio, trato amable y prestos a la conversación casual con los desconocidos acaben proyectando en su interior una ideación homicida. No sé cómo se sentirá alguien a quien, desde un cargo ministerial, le han dicho que «apesta la tierra», amén de otras lindezas, como «carcunda», y le han tratado como enemigo de la democracia y las libertades públicas, pero supongo que no le habrá sentado bien. Además, hay cosas que no se le deben decir a nadie, porque presuponen en el aludido intenciones y actitudes llenas de maldad, miserables, cuando de lo que se trata es de una discrepancia política que se resuelve en las urnas. Nuestro actual Gobierno tiende a la intolerancia hacia la crítica y no hace, precisamente, gala de la transparencia que exigía a grandes voces a los demás. La opinión pública ha normalizado en la Presidencia del Gobierno actitudes de una prepotencia inaudita. No importan las contradicciones palmarias en que caiga el inquilino de La Moncloa, las leyes con efectos perversos promulgadas sin la menor técnica jurídica, los nombramientos y prebendas sobre familiares y amigos, la incoherencia entre lo que se predica y lo que se hace y, lo más grave, el doble rasero con el que se mide al cuerpo social porque cualquier cuestionamiento, por razonable que sea, resbala con asombrosa indiferencia sobre los miembros de un Ejecutivo que no se limita a dar la callada por respuesta, sino que ataca con virulencia verbal a quien expresa en voz alta la cosas que le parecen mal. La regeneración democrática no consiste en que a todos los españoles tenga que parecerles bien las relaciones profesionales de la esposa del presidente del Gobierno ni deban aplaudir que un contratado por la Administración, en activo, se domicilie en el extranjero para pagar menos impuestos, mientras se demoniza a quienes muestran desacuerdo con la maquinaria letal de una Agencia Tributaria que opera desde la sobrevenida impunidad de la Inspección. La aceptación de la legitimidad del resultado de las urnas no obliga a mirar para otro lado cuando se ponen sobre la mesa decisiones, como la ley de Amnistía, que son mero comercio político. Los problemas de Pedro Sánchez no se deben a la enemiga de quienes no aprueban su gestión pública ni a la conspiración de los pseudo medios y la supuesta «derecha judicial», sino a la realidad que percibe una parte de la ciudadanía de su manera de obrar. Créame, presidente, de que mucho antes de que el «caso Begoña» saltara al gran público, en cierto modo impulsado por usted mismo, ya se hablaba discretamente en los mentideros, y no bien, de los negocios de su esposa y de la vertiginosa carrera profesional de su hermano. Y, ciertamente, no es cuestión de preguntarse por qué ahora le crecen los bulos como champiñones, sino de cuestionarse por qué antes su círculo familiar y de amistad más cercano gozaba de bula. Estoy convencido de que si da con la respuesta, se bajará el suflé que nos está horneando.