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Kafka en moto

La imagen de los escritores resulta opacada y muy alejada de su vida real por la sombra que en nuestro imaginario producen sus obras más famosas

La percepción que tenemos de los escritores más famosos de la Historia está en gran modo modificada por aquella parte de su obra que nos llega. Basta que la porción de su obra que se ha hecho más conocida gire en torno a un crimen para que tengamos una idea de que era una especie de detective interesado en la violencia; si, por el contrario, su obra más popular retrata un gran amor, quedamos convencidos de que el autor era un sensible sentimental. La imagen de los escritores resulta opacada y muy alejada de su vida real por la sombra que en nuestro imaginario producen sus obras más famosas. Confundimos el carácter del escritor con el de su obra más conocida. Encima, partiendo de esa base, los estudiosos se lanzan a buscar pistas de esas percepciones en su biografía y, lógicamente, se fijan sobre todo en aquello que parece confirmar el juicio previo de lo que andaban buscando. O sea que muchos lo que descubren son las huellas de sus propias pisadas.

Sobre Franz Kafka –de quién se cumple pronto el centenario– la visión icónica actual es la de un hombre torturado, pasivo, de vida desgraciada. Sin embargo, existe una carta a su amigo Brod donde le cuenta las vacaciones que andaba disfrutando en casa de su tío Siegfrid: se pasa el día montando en moto, bañándose en el lago en pelotas, haciendo nudismo, saliendo con una chica por las noches y jugando con las vacas y las cabras de la granja. Yo soy motero y ya os digo que, para aficionarse a esas máquinas, hay que ser un poco activo y vital; no desalentarse ante la climatología o el miedo a las caídas. O sea, que no descartéis que el presunto sufridor se divirtiera mucho más de lo que imaginamos.

Retrató como nadie el sinsentido de nuestra época, pero eso no significa que su vida careciera por ello de sentido.