Apuntes
El mejor gobierno de la democracia, qué suerte
Parece increíble, pero las familias inmigrantes quieren tener un techo bajo el que cobijarse
No quiero imaginar cómo nos irían las cosas si en lugar de tener el mejor gobierno de la historia democrática española, incluido, claro, el de Francisco Largo Caballero, tuviéramos un gobierno normalito, de esos de andar por casa, sin grandes proyectos de transformación social. Porque, créanme, sólo la mano firme, la mente preclara y la convicción inalterable de quien conoce su meta y ha marcado la estrategia para llevarla a cabo es capaz de gobernar en medio de este mar agitado que es el mundo actual.
Creerán que nos referimos a Isabel Díaz Ayuso, pero no. No digo que la presidenta madrileña no tenga algunas virtudes, pero sus políticas son antiguas, claramente superadas desde hace decenios por el materialismo histórico y el modelo socialista de economía centralizada de mercado. Baste con señalar que Ayuso ha rebajado la presión fiscal del tramo autonómico un 30 por ciento a los contribuyentes con ingresos bajos y medios, lo que puede ser discutible, pero también ha rebajado los impuestos un 4 por ciento a los perceptores con mayores ingresos, lo que es claramente intolerable.
Menos mal que desde el Gobierno se aprestan a corregir el tremendo error, porque no hay otra verdad que las empresas no están para producir bienes y ganar dinero, sino para pagar impuestos. Ahí está el pobre Salvador Illa, tratando de cubrir a duras penas los 500 cargos, sub-cargos y carguitos de la Generalitat, que con esos sueldos públicos tan menesterosos nadie quiere dejar sus empleos para dedicarse al esencial servicio a los ciudadanos. A este paso, ser de ERC va a ser equiparable a ganar unas oposiciones al Estado. Que sepamos, sólo ha dimitido el jefe de Residuos, una faena, vamos, porque no parece fácil encontrar un militante socialista para un cargo tan complicado en tiempos de la Agenda 2030.
Y, luego, están los chinos. Ahora resulta que, en lugar de fabricar cosas baratas, de dudosa calidad –a lo largo de mi peripecia vital en la náutica de recreo he llegado a venerar las herramientas alemanas como si fueran objetos sagrados, caros, pero sagrados–, resulta que hacen unos coches eléctricos estupendos, a precios altamente competitivos y tan endiabladamente sostenibles que hasta la ministra Ribera y el alcalde de Madrid dan saltitos de emoción. No es de extrañar que nuestro presidente haya decidido enmendarle la plana a la Comisión Europea con los aranceles industriales, que ya se encargarán las empresas del sector de la hostelería y el turismo de pagar el coste del desempleo de los obreros de la Renault o la Seat, que, además, se han convertido en una casta privilegiada con sus sueldos dos veces por encima del salario mínimo. Pero las dificultades que afronta este Gobierno, –que, hay que insistir en ello, de no ser tan bueno ya estaríamos en el guano–, se multiplican de manera abrumadora.
Por citar un ejemplo, resulta que los cientos de miles de familias inmigrantes que han visto en España el lugar en el que prosperar y ganarse la vida, el lugar en el que sus hijos pueden tener un horizonte despejado de futuro, sustentan la estrafalaria idea de conseguir un techo bajo el que cobijarse, como si un sofá a tiempo compartido les pareciera insuficiente. Y así no hay quien arregle el problema de la vivienda. Ya les digo que menos mal que tenemos el mejor gobierno de la democracia...
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