El buen salvaje

Memoria democrática: escupirán sobre las tumbas

Eso no es memoria sino una fría estrategia para provocar resentimiento. Unos hombres con mono blanco frente a un osario. Sentí náuseas, que son tan libres como el miedo.

Me resisto a pensar que fue una equivocación, un fallo de cálculo en la ecuación que esos días tenían en la pizarra de Moncloa. O sea, que Pedro Sánchez fue a Cuelgamuros a sabiendas de lo que iba a salir de allí: una foto con unas calaveras como si fuera un montaje de «Hamlet» de Calixto Bieito, capaz de retratar una hipérbole pop del cementerio. Tal vez, incluso, esté contento con las críticas, aunque Sánchez no ha quedado de monje laico de los caídos sino de presidente gore al estilo de aquellas historias de «Creepshow». La degeneración estética como manera de buscar votos o de desviar la atención ha entrado en esta campaña sin fin.

Cuando Boris Vian escribió «Escupiré sobre vuestra tumba» los biempensantes franceses censuraron la obra. No sólo se tachaban novelas en el franquismo, que parece que Luis Martín-Santos (al que el presidente fue a visitar en la exposición que dedica la Biblioteca Nacional sobre «Tiempo de silencio»), hay que descancelarlo con mucha pompa cuando ya lo estudiábamos en el colegio. El que escupió sobre las tumbas fue en este caso no el negro de Vian sino el blanco de Sánchez, que también tuvo un negro, pero eso es otra historia.

No me parece mal lo que se hace en el Valle de los Caídos, todo lo contrario, esa bandera tendría que haber sido de una derecha perezosa y acomplejada, que cada nieto encuentre a su abuelo y lo sepulte donde quiera, lo que no tiene un pase es que el presidente de los españoles ponga al abuelo a que le hagan una foto sin permiso. Los muertos, como los niños, están protegidos por una mínima ética. Aunque nos parezca que todos los huesos son iguales, para Sánchez no sale el mismo caldo depende de dónde haya caído el cadáver, si del lado derecho o del izquierdo.

El presidente querría hacer un ejército de las tinieblas y ganar una guerra fantasmagórica que borre todo el mal que le acecha. Que la haga si quiere, que blanda la espada de la cruzada roja, un objetivo loco, como de Aguirre o la cólera de Dios, pero que deje a los muertos en paz. No nos permitieron ver ni uno durante la covid y ahora se retratan difuntos de aquella epidemia de odio que es siempre una guerra.

Todos los huesos, ser o no ser, tienen nombre, frente a lo que urdió Moncloa que entra en lo indecible, en lo que no puede ser nombrado. Eso no es memoria sino una fría estrategia para provocar resentimiento. Unos hombres con mono blanco frente a un osario. Sentí náuseas, que son tan libres como el miedo.