Apuntes
La ministra Montero y el agobiado Rubén
Entre el modelo Oriol y el modelo Carles hay que elegir el segundo, que en la cárcel se pasa muy mal
No puedo estar más de acuerdo con la vicepresidenta primera del Gobierno y estricta ministra de Hacienda, María Jesús Montero, con su comprensión de la fuga preventiva a Suiza del diputado de la esquerra Rubén Wagensberg (a partir de ahora, Rubén a secas) y con su descripción, no exenta de lirismo, del sufrimiento, miedo y angustia de aquel que se ve implicado en un procedimiento judicial. Es más, soy un ferviente partidario de la opción de darse el piro, sustraerse a la justicia, fugarse o huir, llámenlo como quieran, cuando anda la política por medio de los procesos, que hay más criterios ricardopradianos de los que nos podemos imaginar.
La cárcel, contra lo que opina ese buen pueblo español, al que si le dieran una oportunidad tiraría de horca y cuchillo, no se parece en nada a un hotel de cinco estrellas, por más piscina y sala de juegos que le pongan. Es un horror y las largas condenas deberían quedar reservadas para aquellos tipos que son un peligro para la integridad física y moral de las personas.
Pero a lo que iba. Que el pobre Rubén hace bien en largarse, que no está el horno catalán para muchos bollos y te puede caer encima una de esas sentencias «ejemplarizantes» como la del exalcalde de Majadahonda, Guillermo Ortega, al que el Supremo le metió 40 años de prisión por levantarle unos euros a un constructor y entrar al reparto. Ciertamente, la cosa esta mal, y si eres de derechas, no te digo, pero que te salga más barato cargarte al juez que robar, me lleva a la perplejidad. Porque los magistrados y los fiscales se pueden poner muy imaginativos, tirar del Código Penal a conciencia y, como es el caso, condenarte por blanqueo de capitales, delito contra la hacienda pública, tráfico de influencias, apropiación indebida, cohecho, falsedad en documento mercantil, malversación de caudales públicos, prevaricación, asociación ilícita y fraude a la Administración Pública, lo que deja a un tipo como Al Capone a la altura de una ursulina que mete mano en la caja del convento.
Rubén sabrá lo que ha hecho, pero si con un tema vulgar de corrupción política te montan esa ruina, hay que imaginarse el lío si le meten a uno en un asunto de terrorismo. En definitiva, que entre el modelo Oriol y el modelo Carles, hay que quedarse con el último, por más que los inviernos en Bélgica sean fríos, la comida deje mucho que desear y no haya un bar donde alternar con los amigos y ponme otro pincho de tortilla, por favor, que así ya ceno.
Ahora bien, dado que Rubén es un tío involucrado en la causa de la independencia de Cataluña, en la defensa de la autodeterminación de las naciones sin Estado y en un modelo político de izquierdas, comprometido con los trabajadores y tal, lo de fugarse a Suiza no deja de ser algo incoherente con sus ideales, además de que es un país tremendamente aburrido, en el que las multas son de aúpa y también hace mucho frío. A Rubén, le aconsejaría que se largara a cualquier zona del Kurdistán que esté bajo el control del Partido de los Trabajadores, el PKK, mucho más próximo a los ideales esquerranos que lo que puede haber en la dichosa Suiza. Los kurdos son un pueblo en busca de un Estado, su territorio está ocupado por varias potencias, como ocurre con Cataluña, partida en dos entre Francia y España, y tienen una vaga idea del socialismo. Eso sí, siempre andan a tiros.
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