Y volvieron cantando
Moción de censura, salto sin red
Las mociones de censura se plantean para ganarlas y en última instancia, para certificar la defunción política del jefe del Gobierno, elementos poco probables en la actual situación.
Desde su fallida investidura por obra y gracia de la matemática parlamentaria, Núñez Feijóo ha insistido acertadamente en resaltar que es el PP la primera fuerza política de este país con todo lo que conlleva y tal vez no tan acertadamente en tratar de atraerse a unos socios del «Frankenstein» extremadamente cómodos con la debilidad de un presidente en mayoría minoritaria, por no hablar del posible coste ante la parroquia conservadora de según qué guiños a grupos cuyo hacer en su político día a día solo muestra el mayor de los desprecios a los valores constitucionales. Ni Junts es la CiU del Pujol que pactó con un gobierno del PP la gestión del 30% de IRPF, ni el PNV es el de aquel Arzallus que, tras reunirse en Burgos con el candidato popular a ser investido apuntó aquello de «me gusta este Aznar».
Núñez Feijóo, tan perplejo como millones de españoles ha llamado a una masiva manifestación el domingo 8 contra lo que está ocurriendo, de todo menos bonito, en el entorno del poder socialista y eso, además de legítimo es un acto cargado de razones, entre otras cosas porque los hastiados ciudadanos que no son de la muy cafetera izquierda también tienen todo el derecho a tomar pacíficamente la calle. Otra cosa son los flirteos estratégicos con según qué escenarios. Llamar a los socios de Sánchez a la conformación de una moción de censura bajo la disyuntiva «democracia o mafia» y contra la galopante degradación del Gobierno es una empresa tan llamada al fracaso como lo fueron los coqueteos no exentos de cierta ingenuidad con el PNV y la formación de Puigdemont, sobre todo porque no hay absolutamente nada que pueda ofrecerles el PP sin salirse de sus valores –empezando por los constitucionales– que no pueda superar con creces un presidente dispuesto a pagar precios impensables para seguir amarrado al sillón de La Moncloa. Las mociones de censura se plantean para ganarlas y en última instancia, para certificar la defunción política del jefe del Gobierno, elementos poco probables en la actual situación. Muy al contrario, se correría el riesgo del efecto bumerán que supondría la escenificación de una virtual mayoría parlamentaria en torno al presidente censurado aun con la nariz tapada. Sánchez no tiene prisa pase lo que pase ergo, toca picar piedra sobre todo en el relato de la calle.