Quisicosas

Nuestra guerra

En el mundo global, se puede decir sin exagerar que estamos en guerra desde la noche del lunes, cuando Israel entró en el Líbano por tierra

Toda la mañana de ayer viendo pasar F-15, F-16 y grandes A-10 por encima de mi casa, en la línea entre Rota y Barcelona. En lontananza, se confundían durante un minuto o dos con los mirlos y las palomas, como una bandera negra se nos figura blanca en la distancia. En el mundo global, se puede decir sin exagerar que estamos en guerra desde la noche del lunes, cuando Israel entró en el Líbano por tierra. Los Estados Unidos, que tienen dos portaaviones en la zona, el Abraham Lincoln en el Golfo de Omán y el Harry Truman en el Mediterráneo, han ordenado el despliegue para proteger sus tropas en la región y los aparatos acuden de todas las bases europeas. Entretanto, hay charla de bar en las redes, entre quienes acusan a los «sionistas» de masacrar Gaza y los que animan a aplastar a los «moros» de Hizbulá y Hamás. No hay término medio, la ideología ha cerrado bloques impermeables, como si nosotros fuésemos de Tel Aviv o Beirut. «Culpables. Todos buscan culpables: Hizbulá, Israel, Irán, la clase política libanesa... pero son mil doscientos civiles muertos, algo que sobrepasa toda nuestra comprensión. Las primeras estimaciones nos hablan de medio millón de desplazados del sur, hay cientos de ataques diarios, los hospitales se han colapsado. Es monseñor Jules Butros el que habla, obispo de la iglesia sirio-católica de Antioquía, en el Líbano. «Mi sobrino Thomas,de cuatro años, me ha preguntado por qué hay guerra. Le he respondido que la gente se pelea cuando falta amor. Se ha quedado callado».

En cada uno de nosotros hay una resistencia a considerar lo que dice este cura como algo más que una simpleza. Preferimos jugar a estrategas globales. Curiosamente, los que reciben las bombas y no están ideologizados, simplifican. El cardenal Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, que ha llegado a ofrecerse como rehén de Hamás, pide para el próximo lunes día 7 de octubre –fecha que se ha convertido en símbolo de esta tragedia– una jornada de ayuno y oración por la paz en el mundo entero. Qué tentación de calificar la iniciativa de inútil. Pero para él las cosas son inmediatas: ha saltado en pedazos la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos, «la conciencia de formar parte de un plan de la Providencia, que nos ha querido aquí para construir juntos un reino de paz y justicia, no para convertirlo en un depósito de odio y desprecio, de rechazo mutuo y aniquilación». «Tierra Santa –añade– se ha sumido en un torbellino de violencia y odio nunca antes visto ni experimentado».

No hay esperanza cuando el futuro pasa por la erradicación del contrario.