El buen salvaje

España, ahí va

Entre la desidia de un Ejecutivo que prioriza un «gasto social» que no notamos y los cientos de competencias compartidas por ayuntamientos y autonomías con el Estado hay una falla que nos conduce al infierno

Estoy a bordo de un tren que a estas horas de escritura empieza a acumular retraso. Luego, cogeré un coche que cabalgará por las llanuras del Oeste americano en que se ha convertido la meseta española, una tirolina de baches y trampas para lumbares atónitas, aunque supongo que esta vez el cansino mal estado de las carreteras no será lo importante sino los incendios que pueda atravesar por el camino. El desastre de este tostadero ideológico que convierte las llamas en lenguas de fuego, como un Pentecostés político en el que en lugar de hablar el mismo idioma cada uno inventa su propio esperanto, es el remate de una fotografía apocalíptica que convierte España a mis ojos en el vertedero de lo que un día fue, sobre todo en el esplendor de los años noventa en los que las carreteras, ferrocarriles y aeropuertos acababan de estrenarse como los océanos en el tercer día de la Creación.

Los desastres de la dana en Valencia y los incendios de este verano asfixiante demuestran muy a las claras que, además de la explosión interior de las infraestructuras y los peligros de las pensiones, por citar dos apéndices que nos afectan a todos, España no es que no vaya bien, es que difícilmente puede ir a peor. Podría decirse que el Gobierno se lleva la peor parte de esta responsabilidad; no toda.

Se puede culpar a Sánchez de comerse a los niños vivos, pero es que enfrente tiene a unos dirigentes que quieren tomar el relevo sin aprobar el carné de conducir países y que se dejan arrasar no solo por la tierra quemada, que no han gestionado bien, sino por la desfachatez de la «emergencia climática» a la que apela el presidente, un hombre que no tiene escrúpulos en citar un párrafo de la Biblia si los mares se abrieran a su paso.

Entre la desidia de un Ejecutivo que prioriza un «gasto social» que no notamos y los cientos de competencias compartidas por ayuntamientos y autonomías con el Estado hay una falla que nos conduce al infierno. ¿Y quién piensa en los que lo han perdido todo? ¿Marlaska y sus divinos pantalones cargo?