Al portador

El parque temático sindical y el neoperonismo cañí

Nunca los sindicatos vivieron un mundo más feliz, con un presidente del Gobierno dispuesto a concederles casi todo lo que desean

Juan Domingo Perón (1895-1974), argentino, que –es así– bebió en las fuentes del fascismo musoliniano cuando estuvo destinado en Italia en 1939, lo tenía claro o, quizá mejor dicho, confuso: «No se asusten de mi sindicalismo –decía–, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que también lo soy, porque tengo estancia –finca– y en ella operarios[…] Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el Estado los dirija y les marque rumbos, de esa manera se neutralizarán en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que pueden poner en peligro nuestra sociedad capitalista de posguerra». La empanada ideológico-mental era notable y, desde luego, ahí está la historia, logró destruir la economía de una de las naciones más ricas del mundo en su momento y que nunca se ha recuperado. El peronismo, cuando gobierna, destroza casi todo, y cuando está en la oposición torpedea cualquier opción de un gobierno que no sea el suyo.

Ayer, 1 de mayo, los sindicatos españoles –UGT y CCOO, los demás son atrezo– celebraron su gran fiesta, con cada vez menos concurrencia y la presencia de su estrella, la ministra de Trabajo, aspirante a todo, también a la Moncloa, Yolanda Díaz, la Evita Perón gallega, comunista pata negra, pero de estilo «neoperonista cañí» para ganar clientela. El sindicalismo moderno español nunca tuvo menos respaldo ni nunca mandó más que con el Gobierno de Pedro Sánchez, que quizá sea el único presidente de la democracia al que los sindicatos –con más o menos razón– no le han organizado una huelga general. Díaz, la líder de Sumar, mamó el sindicalismo de CCOO desde la cuna. Su padre, Suso Díaz, íntimo de Carrillo en sus tiempos, fue histórico del sindicalismo comunista en Galicia. Ahora, su hija, ministra de Trabajo, es la punta de lanza de CCOO y aplica su política más radical. Nunca los sindicatos vivieron un mundo más feliz, con un presidente del Gobierno dispuesto a concederles casi todo lo que desean. Es cierto, como alegan sus defensores, que no han incendiado la calle con peticiones –comprensibles– de subidas salariales en épocas de inflación. Nadie duda de que con otro Gobierno lo hubieran hecho y que lo harán si cambia el inquilino en la Moncloa. En un mundo convulso, Europa –frente a Asia y Estados Unidos– es cada vez más un parque temático, en el que algunos sindicatos se han convertido en una atracción más, eso sí, que puede cargarse el negocio y que aspira a organizar estatalmente a los trabajadores para que el Estado los dirija, como defendía Perón.