El canto del cuco
La pasión del fútbol
El domingo por la noche en el estadio Metropolitano, el lugar de nuestros sueños, unos pocos confundieron la pasión con la barbarie
Es verdad que el fútbol levanta pasiones. Lo sabemos bien los que somos del Atlético, que es un club del pueblo y de la calle con la sangre caliente. Eso no es malo. Como dejó escrito Benjamín Disraeli, «el hombre es verdaderamente grande tan solo cuando actúa apasionadamente». Lo que pasa, dice Stendhal, es que un poco de pasión aumenta el ingenio y mucha, lo apaga. Pasa lo mismo con el vino. Y el domingo por la noche en el estadio Metropolitano, el lugar de nuestros sueños, unos pocos confundieron la pasión con la barbarie y consiguieron avergonzarnos a los que llevamos toda la vida con orgullo y hasta con valentía la cruz de ser del Atlético. Esos energúmenos vociferantes y violentos no nos representan. Es ya hora de que se vayan con su máscara a otra parte. Un buen atlético da siempre la cara y respeta al adversario por muy cargante y altanero que resulte.
La susceptibilidad está a flor de piel cuando se juega con el «eterno rival». Hay que tenerlo en cuenta. Conviene evitar las provocaciones del equipo que se considera más poderoso. El estallido del domingo ocurrió cuando los blancos marcaron un gol y el portero de ese equipo, que había sido antes del Atlético y que estaba cansado de escuchar gritos hostiles, exhibió gestos provocadores que incendiaron las gradas, sobre todo el Fondo Sur donde exhiben sus banderas los más apasionados. No conviene humillar nunca al enemigo caído. Los gestos desafortunados del belga Thibaut Courtois, que así se llama el tránsfuga de la portería, recogiendo mecheros por el césped, contribuyeron, sin querer, al lamentable espectáculo. Con la suspensión del partido para serenar los ánimos el árbitro no hizo más que aplicar el protocolo establecido para evitar males mayores.
El fútbol es un desahogo en el que la gente tiene ocasión de descargar sus frustraciones y sus sueños rotos. Se ha convertido en un deporte universal, en un gran espectáculo y en un gigantesco negocio. Alimenta la maquinaria multimillonaria de las apuestas y la oscura red de los intermediarios. Hace tiempo que ha perdido su inocencia original. Ya no posee la alegre espontaneidad de aquellos campos de tierra de las tardes del domingo. Se impone la táctica, casi la robotización de los jugadores, en manos de los técnicos. Se adueñará de él la inteligencia artificial, que ya calcula las probabilidades de meter gol. Pero el fútbol es el fútbol. Y los que somos del Atlético de toda la vida mantenemos la ilusión de ganarle limpiamente al Real Madrid sin energúmenos ni provocadores.
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