Apuntes
Pedro Sánchez, ingeniero ferroviario
Es de suponer que el traspaso de los trenes está avalado por un técnico y concienzudo estudio
Una de las incógnitas que embargan a los jefes de las secciones de Internacional de los periódicos es responder a la pregunta ¿cuándo se puede matar a un kurdo? Porque los occidentales, lo mismo pasamos olímpicamente cuando se masacra a las poblaciones del Kurdistán en Irak, Siria, Turquía o Irán, que enviamos batallones de paracaidistas para protegerles. Personalmente, creo que los kurdos son buenos o malos a efectos periodísticos según soplen los vientos en el «New York Times». Así, cuando Hussein era nuestro amigo, lo de gasear aldeas kurdas pues qué quiere que no le diga. Y cuando el sirio Assad, un portento de liberal para los estándares árabes, pasó a encabezar la lista de los más malos, pues apoyamos un Estado de facto kurdo y tiramos de sus milicias para que mataran islamistas, pero se dejaran matar por los turcos.
En un aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, traigo a cuenta estas viejas elucubraciones porque también me embarga la duda metódica sobre los trenes de cercanías y no tengo al «New York Times» ni al «Washington Post» para orientarme. Hasta ahora, parecía un anatema traspasar la gestión de las cercanías a los gobiernos autonómicos, como la Generalitat de Cataluña e, incluso, se había pronunciado en contra, aunque colateralmente, el Tribunal Constitucional, pero, según los pactos de investidura, ahora se puede hacer sin mayores problemas. Supongo que alguien en La Moncloa ha visto la luz y apoyado en un estudio técnico solvente, siempre en la búsqueda del mejor interés de los usuarios del servicio, de su eficiencia y de la mejora laboral de los trabajadores, y tras sopesar concienzudamente los pros y los contras del traspaso de una infraestructura de titularidad estatal que nos ha costado un huevo público a todos los españoles, ha entendido la bondad de la decisión política. Porque no creo que en un país moderno esas cuestiones se tomen a la ligera, mucho menos cuando nos gobiernan los socialistas que, ya se sabe, forman parte de esa élite política mundial que nunca se equivoca y está a la vanguardia del ingenio humano. Tal es así, que me atrevería a afirmar que uno de los múltiples dones que adornan a nuestro presidente en funciones (¡oh capitán mi capitán!) es el de ser ingeniero ferroviario.
Las malas personas que votan a las derechas, gentes despreciables, sin duda, están creando mal rollo con algunos de los puntos del acuerdo. Cosas sin mayor importancia, como la que se refiere a que la gestión del servicio estará a cargo de la Generalitat, con un Consejo de Administración con mayoría catalana, pero que la necesaria financiación correrá a cargo del Estado. Por supuesto, es un asunto menor, porque es proverbial la alta calidad de la gestión de los gobiernos nacionalistas catalanes, ejemplo de equilibrio en las cuentas públicas e incapaces de desviar un euro a nada que no sea para el bienestar de todos los ciudadanos. Los impuestos en Cataluña, cierto, son los más altos de España, pero hacen magia con ellos. Nada que ver con lo que ocurre en Madrid, comunidad en manos de Isabel Díaz Ayuso, a la que no se debería dejar gestionar ni la concesión de un quiosco de bebidas en el Retiro, mucho menos, los trenes de cercanías. Es cierto que hay algunos problemas de obsolescencia en las líneas, en el material rodante y frecuentes cortes del servicio, pero con Ayuso, como dice Sánchez, que nunca miente, todo iría a peor.
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