Letras líquidas

El «pluripaís» de las maravillas

Lo importante, en cualquier caso, más allá de la nomenclatura, es que se garantice la esencia constitucional, aquella de la igualdad

El Conejo Blanco le respondía a Alicia que poco importaba el camino a seguir si uno no tenía claro a dónde quería llegar. Y en la aparente inocencia del diálogo que planteaba Carroll en su País de las Maravillas se condensa una doctrina de aplastante utilidad para la vida y de pasmosa obviedad para sentarse a reflexionar cuando los senderos se bifurcan y hay que optar por unas vías y no por otras. Seguro que a usted le ha pasado y ha tenido que enfrentarse a disyuntivas cotidianas o trascendentales y, en una de esas, de las relevantes, se vieron los padres de la Constitución cuando tuvieron que plasmar el diseño del sistema territorial que configuraría la España democrática. Ni más ni menos. Pensaron, repensaron, midieron pros y contras, calcularon y recalcularon y, en aquellos tiempos de máxima sensibilidad epidérmica, resolvieron que lo mejor era dejar el modelo organizativo lo suficientemente cerrado como para que quedara claro su espíritu pero lo bastante abierto como para dejar margen a la evolución de los acontecimientos.

La España del Título VIII ya se iría concretando en la práctica porque el artículo 137 solo la esbozaba: «El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses». Somos un Estado de derecho, social y democrático con forma política de monarquía parlamentaria, pero la Carta Magna esquivó una denominación precisa para definir su organización territorial: Estado autonómico le llamó el Constitucional, sin recurrir a las académicas formulaciones de federal o centralista. Un modelo propio. Pero lo que sucede cuando no se nombran las cosas es que florecen las interpretaciones: múltiples, variadas y salpicadas por los sesgos y prejuicios de cada cual.

Y ahí encontramos ahora al PSOE, a cuenta de la financiación autonómica, enredado otra vez en el federalismo, evocando los espíritus de sus congresos, especialmente la Declaración de Granada, a la espera de que en Sevilla todas sus federaciones se pongan de acuerdo y concreten las características de esa estructura que intentan bautizar como federal pero que apunta más bien a lo confederal y quizá sigan inventando apelativos, que ya estamos a un paso de recurrir al de «pluripaís». Lo importante, en cualquier caso, más allá de la nomenclatura, es que se garantice la esencia constitucional, aquella de la igualdad, y con esa indicación clara resulta muy fácil elegir bien el camino. Dándole la vuelta a la filosofía del Conejo Blanco.