El buen salvaje
«Pobres criaturas»: en el cerebro de Óscar Puente
Difundir una información veraz u opinar, por muy sólido que sea el argumento, está penado con el insulto o el desprecio del ministro de Transportes
El poder se demuestra eructando o prometiendo cosas chulas. Se ha impuesto lo primero, aunque era más divertido lo segundo: ese infantilismo yolandil, que ha pasado de adolescente con las Converse a ser la Bernarda Alba del pleno del Congreso, junto a María Jesús Montero, que es el mono (o la mona) de los platillos: aplaude hasta cuando no toca. Cuando la política viste tan llena de lamparones, ahogada en la ciénaga, solo era cuestión de tiempo que llegara el ogro de «Shrek» a dar lecciones y a ponernos verdes, cuando es el ogro el que luce ese tono de vómito restallante (lo contrario de la hierba en las nubes). Intentaré escribir esta columna como si el doctor Frankenstein, o Yorgos Lanthimos, el director de «Pobres criaturas» me hubieran trasplantado un trozo de cerebro de Óscar Puente, solo un trozo. A ver lo que sale.
Y digo: están formando un pelotón de periodistas a los que lanzar balas de estiércol. Difundir una información veraz u opinar, por muy sólido que sea el argumento, está penado con el insulto o el desprecio del ministro de Transportes, el hombre que tiene en la cabeza suficientes infraestructuras para crear basura gruesa, como un chiste de Torrente. Estamos ante una autopista de ocurrencias, aunque para eso ya teníamos a Barragán. Puente es una vía que nos lleva a los tiempos en los que todavía se vendían casetes en las gasolineras y Eugenio triunfaba en la carcajada de su tristeza. En este sentido, el ex alcalde de Valladolid maneja muy bien el castellano, más que antiguo, rancio. Estamos acostumbrados a que el poder reparta caspa y que la acumule en una pirámide, como si el veneno fuera sal vista de lejos. Pero la costumbre no resta en este caso un ápice de sorpresa.
El testaferro con derecho a roce (refiriéndose al novio de Ayuso) o la explicación de la boda con la amnistía son ya cumbres de un neomachismo literario e iletrado, cumbres de la poesía de Tik Tok. Tiene gracia el tío, se debe decir a sí mismo. Y la tiene, aunque sea maldita. Ya no hay formas porque tampoco hay fondo. Puente bracea en la superficialidad y en la hiriente liquidez de lo que hoy es el debate de las ideas. Como todos, al cabo. ¡Eureka! Al fin tenemos el ministro que nos merecemos. Alguien que nos representa.
Este Puente sobre aguas turbulentas es lo que necesitaba el Gobierno para espantarnos como a moscas, que es lo que somos al cabo: moscas alrededor de la fétida realidad. Puente solo intenta hacernos más fea la realidad, para que nos vayamos acostumbrando.
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