Aquí estamos de paso

El regalo

Núñez Feijóo acudió a la cita como corresponde a un político riguroso y responsable

Núñez Feijóo puede errar en la estrategia. O dar tumbos, que viene a ser lo mismo. Pero un presidente de gobierno que aspira a seguir siéndolo se ahorca políticamente si se mantiene en el error incluso cuando es consciente de que se ha equivocado. En el debate del lunes Pedro Sánchez le cedió al PP el voto de los indecisos del centro y quizá alguno por la izquierda.

Vox le da miedo a casi todo el mundo menos a sus votantes, y probablemente a algunos de ellos también. Representa lo rancio de una España fuera de lugar, con desprecios burdos y autolesivos a realidades como la violencia machista o el cambio climático. Su pertinaz sequía de ideas nuevas y su torpe manejo de contradicciones como negar el estado autonómico mientras reclama puestos y presupuestos a su cargo, evidencian su falta de escrúpulos y de paso arman parte del argumentario de la izquierda.

Abascal, sus desprecios a los «mohameds» y su altanería cada vez más estridente empezaban a resultar difíciles de digerir entre quienes no eran de su cuerda rojigualda. La posibilidad de que el PP siguiera cediéndoles poder institucional, con entusiasmo como en Valencia o a regañadientes, a la manera extremeña, estaba empezando a provocar incomodidad y desafecto entre potenciales votantes desde el centro.

Pero el debate del lunes lo ha cambiado todo. En primer lugar, y es mérito propio, porque el candidato a presidente, Núñez Feijóo, acudió a la cita como corresponde a un político riguroso y responsable, que es preparado. Con datos, informaciones, argumentos y posibles respuestas al imprevisible presidente Pedro Sánchez. Pero en segundo lugar, y esto es demérito del presidente, porque Pedro Sánchez, cuya política de comunicación diseñada por Moncloa no llegaría siquiera a puntuar en el trabajo fin de curso de un estudiante mediocre de márketing, no sólo no fue preparado –ni siquiera se sabía sus propios datos–, sino que repitió el error estratégico de Andalucía, que tanto está llevando y trayendo en esta campaña electoral. A ver, el miedo a Vox lo provocan ellos mismos sin necesidad de que el Psoe o el resto de la izquierda nos diga a los demás que son tóxicos. No hace falta. Es evidente. Repito que por propia puesta en escena.

Insistir como argumento fundamental en que el PP va a abrir la puerta a Vox fue la equivocación socialista en Andalucía y la pagó con una quita histórica de votos al Psoe andaluz y la mayoría absoluta de Juanma Moreno.

La izquierda en general y el Psoe en particular lo tenían más fácil con el desmelene extremista de Vox, sin necesidad de insistir machaconamente en lo evidente, que representan una opción de gobierno extremista y retrógrada. Ya lo hacen ver ellos.

Sánchez, que no supo responder con altura a ninguno de los desafíos y apuestas que le puso Feijóo sobre la mesa, le regaló, con su machacona insistencia en identificar a Vox y al PP, la oportunidad que necesitaba para marcar distancias con Abascal. El mensaje que colocó a la audiencia fue de una consistencia incontestable: la única forma de conseguir alejar a Vox del poder es reforzar la posición del Partido Popular. Más aún si el propio Sánchez evidencia, como hizo, que votarle es más de lo mismo y que le importa más su supervivencia que la llegada de Vox al gobierno de la nación.