Aunque moleste

La República en caos

Francia es en realidad el verdadero enfermo de Europa y el presidente Macron su principal problema

Netflix lazó una película sobre la guerra étnica que comienza en Francia cuando los afrodescendientes se amotinan tras tirotear la Policía a un menor de origen argelino. Parece premonitorio, pero no era un argumento rebuscado teniendo en cuenta la situación del país. Hablan algunos de algaradas juveniles. Es mucho más. París y las principales ciudades siguen al borde del colapso, en una revuelta sin fin protagonizada por jóvenes de padres o abuelos inmigrantes junto con extremistas de Antifa y Black Bloc. Incendian barrios, destruyen mobiliario, rompen escaparates, queman bibliotecas o atacan la vivienda de un alcalde utilizando como arma un coche en llamas. Días antes desnudaron y golpearon a un sacerdote francés. Nada muy diferente a lo que se vive allí desde hace décadas. Cualquier motivo vale para arrasar las calles. Me lo cuenta un colega que trabajó 10 meses en Paris y afirma: «Francia es el enfermo de Europa, varias veces sentí auténtico miedo». Cuando no son los chalecos amarillos son los antivacunas o las protestas por las pensiones o la integración. Éste último, con diferencia, es el auténtico problema. Lo explicaba Hassan II en una entrevista en TF1 en mayo del 93: «Nunca llegarán a integrarse. No esperen otra cosa de ellos. Sólo serán malos franceses. Nunca serán franceses cien por cien». Y es verdad. Francia abrazó el laicismo y se entregó a la multiculturalidad, pero traicionando su tradición secular al no exigir a la inmigración musulmana la misma laicidad que a los cristianos nativos.

El resultado son esos inmensos guetos en los suburbios de París, Lyon y otras urbes donde la Policía tiene miedo a patrullar. Algo parecido a lo que ocurre también en el Molenbeek belga o en destacados barrios de Dinamarca o Suiza. O en La Cañada de la Muerte de Melilla y el barrio de El Príncipe ceutí. Solo que multiplicado en París. «Nosotros tenemos cinco o seis hijos, vosotros uno o ninguno. En diez o quince años seremos muchos más que todos ustedes juntos», decía en las redes un afrodescendiente. No le falta razón. Ya en 1925, el conde Coundenhove, egregio masón inspirador de la Unión Paneuropea, hermanado con Louis de Rothschild, profetizaba que «el europeo del futuro será de raza mixta, similar en su apariencia a los antiguos egipcios, sustituyendo la actual diversidad de los pueblos». La multiculturalidad en positivo. No era tan optimista Juan Pablo II cuando le confesó a monseñor Longhi que «veo a la Iglesia afligida por una plaga islamista, que invadirá Europa hasta transformarla en un sótano lleno de antiguallas, penumbra y telarañas. Recuerdos de familia». Tal vez por eso dice Borrell que «Europa es un jardín y, el resto del mundo, la selva, que podría invadir nuestro jardín».

Quizás no estemos entendiendo bien lo que ocurre. Con su tono habitual de chovinista ilustrado, Macron atribuye a redes sociales como Tiktok, Telegram o Snapchat cuanto sucede porque «exacerban la violencia». Si finalmente decreta el estado de emergencia, la patria de la «liberté, égalité, fratermité» tomará medidas contra las redes. No lo duden. Y restringirá derechos fundamentales. Dicen sus adversarios que es lo que está buscando este «monarca republicano» que se enfrentó a los sanitarios insultándolos y calificó de «ilegítima» la protesta contra su reforma de las pensiones. Macron como bombero pirómano. La república en caos.