Al portador

Resabios franquistas y la guerra de los «tracking»

Quizá es más importante amordazar a la crítica o perseguir a los ricos que trabajar para impedir que 1,6 millones de familias no puedan llegar a fin de mes

Suetonio (70-160), el autor de las «Vidas de los doce césares», los primeros del Imperio Romano como tal, ya lo dejó claro hace casi dos mil años: «En un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres». Yolanda Díaz, la líder cada día más «bluf» de Sumar –a lo mejor me echa de la profesión por escribir esto– y nerviosa, no consta que haya leído al historiador de la época de Trajano y Adriano, con el que, por cierto acabó mal y fue desterrado. Es posible, aunque tampoco hay seguridad, que le suene más Judith Butler, la filósofa feminista americana que está en los orígenes de la teoría «queer» –no asumir una identidad de género–, que defiende que «el periodismo es un lugar de lucha política, inevitablemente». Es lo que explicaría que, en un principio, el programa electoral de Sumar contemplara una propuesta para «sancionar y expulsar» de la profesión a los periodistas que «manipulen» la información, según dictara un órgano regulador elegido, por supuesto, con criterios políticos. El equipo de Yolanda Díaz rectificó en cuando se hizo público la ocurrencia y alegó que se había tratado de un error. Es posible, pero alguien pensó en eso y lo puso por escrito. En la religión sin Dios que es el comunismo que profesa orgullosa la Evita Perón gallega, sería un pecado de pensamiento. También un resabio franquista, porque la medida soñada por Sumar recuerda a la Ley de Prensa e Imprenta de 1963, de Manuel Fraga, que exigía tener un carnet oficial, entregado por las autoridades para ejercer el periodismo, lo mismo que sucedía en tantos regímenes comunistas y en los que subsisten. Alguien en Sumar traspasó una línea roja democrática y por mucho que echara marcha atrás, la intención ha quedado clara. Quizá es más importante amordazar a la crítica o perseguir a los ricos que trabajar para impedir que 1,6 millones de familias –cifra que no ha dejado de crecer desde la pandemia– no puedan llegar a fin de mes. No para tenerlas cautivas con ayudas que son migajas sino para crear las condiciones para que puedan trabajar y prosperar. Al mismo tiempo, aquí mismo se ventila la guerra de los «tracking», las encuestas diarias de intención de voto. Las que daban vencedor holgado al PP rivalizan ahora con las que –nada es casual– pronostican más igualdad entre PSOE y PP y no descartan que Sánchez siga en La Moncloa. Algún día se estudiará y se determinará la influencia en el voto de las encuestas electorales, que lo hay, guste a quien guste, porque «el pensamiento y la palabra deben ser libres». Ya lo escribió Suetonio.