El buen salvaje

Roald Dahl

Esta secta que domina el ámbito cultural no quiere que sepamos que hubo otros mundos

Reescribir un libro cuando ya el autor está muerto, solo para que sus herederos se embolsen unos cuantos millones más de la imaginación del abuelo, debería estar prohibido con penas tan severas como las del asesinato a sangre fría. Si se reescribe, que se venda como tal, un libro revisado, ya con la firma del editor. Es lo que se hace con las películas. Se realizan versiones, he ahí el «West Side Story» de Spielberg, que «actualiza» el drama. Pero lo que han hecho con la obra de Roald Dahl («Charlie y la fábrica de chocolate», «James y el melocotón gigante», «Matilda») requeriría de unos años de cárcel o del humo de un revólver. Las brujas de sus relatos ya no son calvas, los madres y padres se convierten en familias y progenitores y las sirvientas, en limpiadoras.

Qué mal adormece nuestras cabezas para hurtar a los nuevos lectores de la verdad del autor. Hemos pasado milenios recogiendo literatura oral o impresa sin ningún cartel que advirtiese de que podía herir nuestra sensibilidad. Leímos «La isla del tesoro» en versión original y cuando llegó la edad, a Sade sin necesidad de Diazepán. Y eso será lo malo, la medicación que se requiere para adentrarse en cualquier páramo ignoto. Advertencia o bernzodiazepinas, y, lo que es mejor, las dos cosas a la vez, pues no es suficiente constar que tal libro se escribió en una época diferente a la nuestra como si los lectores, (y los lectores niños, por enfocar) fueran imbéciles.

Tendrán que reescribir la Biblia, o hacer un «montaje del director» para corregir a Dios sus renglones torcidos. El escritor, el buen escritor al menos, es también un dios en su universo donde impone sus leyes, para algo es el creador. Ahora vienen unos sacerdotes y unas monjas de clausura a arrancar las páginas prohibidas para que ardan en el infierno de lo políticamente correcto. Pocas veces la jerarquía eclesiástica se atrevió a tanto. Esta secta que domina el ámbito cultural no quiere que sepamos que hubo otros mundos. Parafraseando a Celaya, el pasado será un arma cargada de futuro.