
Apuntes
Rusia y la mano atada a la espalda
Como buen populista, Putin se resiste a enviar al frente a los jóvenes que cumplen el servicio militar obligatorio
Lo que vemos en la tele y en los canales de comunicación de internet, también en las escasas fotografías tomadas en la línea de frente, es un montón de tipos en uniforme, próximos a la edad jubilación –algunos hablan a la cámara con cariño y nostalgia de sus nietos–, metidos de lleno en un fregao que les supera. Hay que suponer que Ucrania está tirando de todo lo que tiene, abuelos incluidos, para cubrir las espantosas bajas de los primeros meses de guerra, cuando descubrimos que la combinación de los drones de reconocimiento y la artillería de largo alcance eran un cóctel mortal. Tampoco escasean los hombres talluditos entre las filas rusas, muchos de los cuales llevaban combatiendo más de una década en el Dombás, aunque Moscú, por lo general, ha empleado profesionales, con contrato y sueldo, que son los que se reenganchan tras su servicio militar o se enrolan en las compañías de seguridad privada, para nutrir la espina dorsal de sus fuerzas. Ni siquiera la crisis de los mercenarios de la Wagner, solucionada con la consabida muerte «accidental» de sus jefes, hizo cambiar un modelo pensado para el consumo interno y la tranquilidad de la opinión pública local. Rusia, como todo régimen populista que se precie, prefiere no herir en lo vivo a su población, que, en este caso, son los hijos veinteañeros que están haciendo la mili y a los que por ley se impide combatir en el extranjero o en la primera línea de fuego. Estos jóvenes rusos cumplen un año en filas –hay dos procesos de reclutamiento al año con un total de 200.000 reclutas–, reciben una somera instrucción militar y actúan como auxiliares de las tropas de combate. Al parecer, eran los que estaban en la frontera de Kursk, junto con las unidades de carabineros, y poco pudieron hacer frente a la embestida blindada ucraniana. Como era de esperar, la censura del Kremlin no ha conseguido bloquear las quejas de las madres de muchos reclutas de los que no hay noticia, angustiadas porque no saben si han caído en la batalla, han sido tomados prisioneros o se retiran entremezclados con la población civil que huye del frente de combate. La confusión, que los gobernadores locales dejan entrever ante la cara de cabreo de Putin, permite cualquier especulación, aunque hay hechos que son incontrovertibles, como la voladura de un puente estratégico por parte de los ucranianos con toda la pinta de que el Estado Mayor de Kiev está tratando de crear una «bolsa» en la que atrapar a las unidades rusas. No les va a ser fácil. El reconocimiento aéreo ya ha descubierto que los ingenieros ya están tendiendo un puente de pontones con el que mantener las operaciones de logística. Además, no están muy claros los objetivos de Kiev. Si se trata de una operación política destinada a poner a Putin en un aprieto, le ha salido bien. Si pretendía aliviar la presión en el frente del Dombás, no hay señales de que Moscú esté transfiriendo tropas para reforzar Kursk. Finalmente, si Zelenski buscaba llenar la despensa de prisioneros y ocupar un territorio con el que negociar, sólo el tiempo lo aclarará. Ahora bien, Rusia sigue combatiendo con una mano atada a la espalda, que es la decisión política de no enviar al frente a sus reclutas, pero que puede cambiar si las circunstancias lo exigen. Son más de un millón de potenciales combatientes, que serán carne de cañón, sí, pero solo hasta que la batalla los descaste. Van a hacer falta muchos más abuelos en las filas de Ucrania.
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