Y volvieron cantando
La ruta hacia Venezuela
Aciertan de pleno al señalar el inquietante camino de la colocación al frente de instituciones estatales de gregarios afines a la causa partidista
Si hay algo que por encima de todo apuntala el tránsito de un sistema de garantías democráticas hacia un régimen dictatorial y represivo, eso es sin duda la paulatina toma de instituciones independientes y de los poderes del estado por parte del ejecutivo bajo el mantra de que lo elegido en las urnas por los ciudadanos es poco menos que el salvoconducto para hacer y deshacer en un país, con el mismo antojo con que se hace y deshace en un partido por el mero hecho de haber ganado unas primarias.
Quienes establecen comparaciones y pretenden equiparar la situación política española con la de Venezuela, además de una injusticia, cometen un estratosférico error, pero sí aciertan de pleno al señalar el inquietante camino de la colocación al frente de instituciones estatales de gregarios afines a la causa partidista y del intento por anular la independencia judicial también mediante la toma de sillones con la afinidad política como única escala de valores. Cuando el Tribunal Supremo de Venezuela confirmaba recientemente la victoria de Nicolás Maduro o cuando la fiscalía de este régimen bolivariano ordenaba hace once días la detención del candidato opositor y presumible vencedor de las elecciones Edmundo González Urrutia, sencillamente lo que se estaba poniendo de manifiesto es la constatación de un sistema dictatorial previo asalto institucional desde los tiempos de Chávez. Europa no es Latinoamérica ni España es Venezuela, pero componentes históricos o geográficos no suponen garantía alguna para la salvaguarda de las instituciones y la salud democrática de una nación.
La izquierda española –en especial la que cogobierna con los socialistas– no parece tener claros estos conceptos, sobre todo cuando volvemos a contemplar puntuales gestos oportunistas como la exaltación de la candidata demócrata en EEUU Kamala Harris, paradigma seguramente acertado del feminismo, la progresía, la igualdad social y la lucha contra los populismos fascistoides, mientras se muestra, o bien un discurso contradictorio para condenar las fechorías del sátrapa Maduro, o directamente un atronador silencio a la hora de condenarlas. Lo que esta ocurriendo en Venezuela no tiene un pase en términos de un mínimo registro democrático, por mucho que defensores de esa toma institucional como Íñigo Errejón –hoy líder de una partida mas que partido– se empeñen en vendernos las excelencias de un país donde los niños tienen «tres comidas al día». Hipócritas de mercadillo.
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