Cuaderno de notas

San Felipe González incorrupto

Da cosa hasta escribirlo, pero gente se dejó matar por valores que ahora se entregan por el voto de cuatro diputados

Apunté en mi cuaderno que hay veces en que el otoño sucede al verano casi solapándose en un tránsito magnífico que ocurre como sorprendiendo y va del olor a aftersun después de la playa a ver amanecer desde una palomera en Roncesvalles y almorzar junto al fuego. Este año, entre el verano y el otoño va un abismo, un vacío y una eternidad. Hay días en que toma uno el cuaderno y todo son coñas marineras, notas flamencotas y toreras en las que el aire acaricia gentil las esquinas de los edificios y las ejecutivas junior de los despachos de Serrano cruzan los pasos de cebra en un fenomenal impulso de tacones y de futuro. Y hay otros días en los que traes el cuaderno hecho unos zorros en un silencio y una vergüenza como de la posición de Sánchez sobre la amnistía.

Y te entra un no sé qué por el cuerpo, como si este país no tuviera suelo, como si después de habernos mantenido firmes y dignos en tantas cosas, de pronto no tuviéramos fondo y estuviéramos cayendo no sé a dónde ni hasta dónde.

Estamos hablando de que hay gente que, por no rendirse a un chantaje, por presentarse a unas elecciones, por ponerse un lazo azul en el pecho, por defender los valores democráticos y el estado de derecho de un país perdió la vida a sabiendas de que la iba a perder. Y que, en ese mismo país, se va a ceder a un chantaje a la democracia por no perder un Gobierno. Da cosa hasta escribirlo, pero gente se dejó matar por valores que ahora se entregan por el voto de cuatro diputados. A veces es incluso la misma gente. Luego uno dice estas cosas y lo miran como si estuviera loco y le espetan «Uy, chico, como te pones», como si la defensa de los valores democráticos consensuados y el resto las cosas que importaban hasta ayer fueran hoy, no sé, manías de un viejo tarado.

Sucedió cuando en lo de Alsina se apareció San Felipe González incorrupto a denunciar lo que significa la amnistía. Felipe juega el papel de un emperador maldito de una civilización extinta como el Imperio Antiguo de Egipto, una oposición a Sánchez que vota a Sánchez. Son curiosas las voces discordantes del PSOE de toda la vida, el pagismo y estas graciosas hierbas que después tragan con lo que hace el Gobierno, permiten que la gente siga votando a Sánchez como si los votara a ellos, como si esa opinión contara, como si en la práctica, en el sanchismo quedara una brizna de posibilidad de cordura, y no es verdad.

«Jáuregui ha dicho», «Guerra ha apuntado», comentan, y se felicitan como si algo fuera a cambiar, como si alguien fuera a poner coto a los desmanes y fuera a reinstaurarse un raciocinio que nunca llega. La Virgen racional del PSOE no sanchista no termina de aparecerse.

En realidad, el PSOE de toda la vida, con su sensatez y su patriotismo y sus estándares morales de entonces compone la segunda voz del coro magnífico del sanchismo y en realidad, cuando lo critica, lo hace posible. Al final siempre se aparecen en sus mítines, lo votan y se tragan los remilgos que declaran. A fin de cuentas, todas las voces libres terminan eligiendo la fidelidad al partido por encima de la fidelidad a su país. Prefieren traicionar a sus principios que a sus siglas, que es el agujero por el que se van las democracias.