Al portador
Sánchez, marxista y el chantaje de Junts
«Puigdemont sigue sin fiarse del inquilino de La Moncloa, pero está dispuesto todo para volver a España, a Cataluña»
Groucho Marx (1890-1977), que en realidad se llamaba Julius Henry, afirmaba en una de sus hilarantes películas que «estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros». El que podría ser llamado «groucho-marxismo» coincidiría con la política práctica –fundamentada en una ideología marxista, de Groucho– de Pedro Sánchez, aplicada –es cierto– para sobrevivir al chantaje permanente de Puigdemont y sus indepes. Eso no la justifica, pero la explica. El fin último es permanecer en el poder y, para eso, cualquier medio no solo es lícito, sino necesario y conveniente. Maquiavelo (1469-1527) lo aplaudiría con las orejas, aunque quizá reclamaría una construcción intelectual más solvente. Todo es bastante simple. El inquilino de La Moncloa quiere seguir en el machito. El prófugo de Waterloo anhela volver, como un personaje libre, a su querida Cataluña. Ni al primero le importa un comino el futuro del segundo y viceversa. El problema es que, por siete votos parlamentarios, sus destinos se cruzan y son interdependientes. Nada más, ni nada menos. Lo demás es accesorio y el desprecio mutuo, digan lo que digan, es infinito. Ambos son dos supervivientes: el inquilino de La Moncloa, entregado al marxismo de Groucho. El líder indepe, aferrado al chantaje permanente, su única baza, que desaparecerá el día que no sea necesario para una mayoría parlamentaria. Puigdemont, además, a pesar de los actos públicos y publicitados –todos muy teatrales– de contrición de Sánchez, no se fía. Tampoco tiene garantía de un fallo favorable, a pesar de la recomendación del abogado general de la Justicia europea. El exilio, por bien provisto que esté o que sea, no deja de ser duro y también incómodo. Por eso, y porque se le acaba la paciencia, y con los ultras de Silvia Orriols que le roban la clientela, necesita cuanto antes que el Tribunal Constitucional haga efectiva la amnistía. Hasta que no vuelva a España –Cataluña– libre de polvo y paja, mantendrá el chantaje; lo que no impide que, según su conveniencia –disfrazada de la de Cataluña–, respalde al Gobierno de Sánchez, que se desvive por aplicar, al pie de la letra, la doctrina marxista sobre los principios, eso sí, los del marxismo del gran provocador que, en su propio beneficio, fue Groucho Marx.
