
Al portador
Sánchez resistirá pero nos costará un congo o un huevo
Condenan la corrupción, faltaría más, pero piensan en la oportunidad que tienen de pasar otra y muy elevada factura al Gobierno
Charles Louis de Secondat (1689-1755), barón de Montesquieu, el de la separación de poderes que hoy tantos intentan enviar al desván del olvido, también escribió que «la corrupción raras veces comienza por el pueblo». El tsunami que asola al PSOE lo confirma. El poder, con frecuencia, anima a los más desalmados a corromperse. Y cuanto más poder, más facilidad para que florezca la corrupción. Pedro Sánchez enarboló la bandera de la lucha contra la corrupción para llegar al Gobierno. Ahora ondea el mismo estandarte para permanecer en la Moncloa, al menos hasta 2027, eso sí, tras pedir perdón, en teoría compungido, y después de asegurar que vivía en la ignorancia de todo lo que ocurría a su alrededor. Todo es posible, pero cada día es más difícil creer al líder socialista, no ya doctor, sino catedrático en resistencia, que lucha por su propia supervivencia. Hasta ahora siempre lo ha conseguido, aunque todo será diferente desde que hay evidencia de irregularidades –dos votos falsos, pero significan mucho– en las primarias que lo llevaron por primera vez a la dirección del partido.
Pedro Sánchez confía en sus apoyos parlamentarios. Ninguno de los grupos que lo invistieron, desde la extrema izquierda a los indepes de Junts, quiere que deje la presidencia. Es su gran baza y la jugará, aunque deba pagar un precio desorbitado, que correrá a cargo de todos los españoles. Yolanda Díaz, dispuesta a todo menos a dejar la poltrona, reclama un reseteo del Gobierno, sin que sea capaz de explicar en qué consiste. Presume de comunista, pero olvida –o quizá nunca quiso saberlo– que el histórico Julio Anguita (1941-2020), secretario general del Partido Comunista de España y líder de Izquierda Unida, dijo que «quien vota a los corruptos los legitima, los justifica y es tan responsable como ellos». Los socios de Sánchez, con la única duda –sólo duda– de Podemos, lo ven claro. Condenan la corrupción, faltaría más, pero piensan en la oportunidad que tienen de pasar otra y muy elevada factura al Gobierno, que el presidente pagará para resistir, para seguir en el poder. Costará un congo o, más claro, un huevo y no solo en dinero, que será mucho, sino también en concesiones a los indepes y a otros extremistas, quizá difíciles de revertir y que condicionarían el futuro del país y de los ciudadanos –el pueblo pagano ajeno a la corrupción– durante décadas. Un precio desmesurado del que se habla poco, mientras los corruptos sueñan, aunque no lo admitan, con la muerte de la doctrina de la separación de poderes de Montesquieu.
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