Tribuna

El silencio de «Corea del Centro»

Encontrar este medio, en el sentido metafórico de un país del centro, es tan desafiante como el coraje de defender una posición de moderación en un tiempo que a menudo recompensa a las voces más ruidosas y más violentas

No hay errores. Ni en el mapa, ni en el título. En el silencio de lo no existente, encontramos ecos más potentes que en la realidad. Mientras, en el territorio que sí habitamos, las fronteras se demarcan con etiquetas, rótulos y divisiones. Un mundo agobiado donde la rica diversidad se ha condensado en polos irreconciliables. No hay cabida para Corea del Centro.

Su existencia se presenta como un oxímoron intrigante. Un país no mapeable, de locación imaginaria, capaz de servir para cargar de significado lo profundamente contradictorio. Lo intangible puede resonar más nítido que lo material. «Corea del Centro» emerge como una ironía sobre la ausencia de un espacio moderado.

La idea de «Corea del Centro» fue concebida en el contexto mediático argentino para identificar, de manera sarcástica, a aquellos que, al no adherirse a posturas extremas, eran cuestionados por posturas insuficientemente audaces, particularmente en su relación con el poder político de turno. Esta quimera refleja, con cierta asertividad, la ausencia de un terreno equilibrado en nuestras tertulias públicas y privadas. Con el tiempo ha comulgado con el término «la grieta», algo más complejo, más arraigado en la ideología y más difícil de definir, pero omnipresente: el gran desacuerdo.

El discurso desprovisto de arrebatos verbales se ve amenazado por el macartismo que intenta reducirlo a voces marginales. Aquellos que aportan matices y reflexiones ponderadas no solo enriquecen el debate, sino que también lo preservan de la polarización y la censura. En el contexto actual, Corea del Centro debería representar un ideal de sociedad donde la diversidad de opiniones se valora y se fomenta, en contraste con la intolerancia y la uniformidad que amenazan nuestro entorno.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, la península de Corea fue despejada de la ocupación japonesa. El norte quedó bajo la influencia comunista de la Unión Soviética (URSS); mientras que el sur, regido por los Estados Unidos. En el paralelo 38, donde la península se partió en dos, su línea marcó el inicio de una fractura que engulló la moderación. Estos dos Estados palpables, las Coreas localizables, permiten simbolizar un espectro político y cultural que va de una autocracia, por naturaleza autoritaria, hasta una democracia potente y liberal.

Cada día que pasa, queda más claro que en el escenario político español, al igual que en la mayoría de los países «reales», hasta los «moderados» se han pintado las caras para la guerra, figuras centrales como Pedro Sánchez, Yolanda Díaz, Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo han dejado vacante a «Corea del Centro». Aquí, el acuerdo es un arte perdido; todos han escogido su trinchera, haciendo de la política menos diálogo y más un duelo. Todos se enfundan guantes para el combate.

Y en estos territorios absurdos, presenciamos un espectáculo sólo digerible para aplaudidores pagos: Donald Trump, Santiago Abascal, Giorgia Meloni o el exasperado Javier Milei, cuyos discursos solían ser una sinfonía de extremismos, ahora intentan ofrecer una serenata más armónica, dejando a los cautos sumergidos en el mar de radicalismo. Hasta parece que, con su Taberna Garibaldi, Pablo Iglesias está pasando de ser un revolucionario a un empresario de lo más mundano. Ahora, los equilibristas son aquellos que una vez caminaron por el borde del extremismo.

Los oasis de mesura parecen haberse caído del mapa, como si los territorios equilibrados hubieran decidido esfumarse en medio de la tormenta de opiniones enfrentadas. «Corea del Centro», discordante, subraya esta dualidad: es un no-lugar que debería ser un centro vital. La apelación a un medio que no es una llamada a la neutralidad, sino más bien un reconocimiento de que la realidad multifacética a menudo requiere de soluciones más efectivas que emergen de la síntesis y el compromiso.

La potencia de estos tiempos nos arrastra inexorablemente hacia los extremos, donde nuestras convicciones se refuerzan en el runruneo ensordecedor de nuestras propias verdades. Sin embargo, en medio de esta cacofonía ideológica, el silencio de Corea del Centro es un contrapunto seductor.

Encontrar este medio, en el sentido metafórico de un país del centro, es tan desafiante como el coraje de defender una posición de moderación en un tiempo que a menudo recompensa a las voces más ruidosas y más violentas. Esta centralidad intenta abrazar la diversidad de pensamientos y promover la inclusión, distanciándose de los extremos que pueden distorsionar tanto la percepción pública como la política.

Mientras esto no pase, el escenario buscará desesperadamente una nueva estrella emergente, las «Coreas» extremas buscarán un bufón que perpetúe la farsa para enardecer a sus seguidores. ¿Qué país elegirá usted habitar? ¿Uno más cerca de Corea del Centro o uno real pero perdido en los confines de la crispación?