Apuntes

De tomates y otras estupideces

«Vivimos en una exaltación ecologista que responsabiliza al campo de todos los males de la madre tierra»

Dice una ex ministra socialista francesa que los tomates españoles son «incomibles» y que hacemos trampas con la etiqueta «bio», y uno se pregunta si el chauvinismo galo, tan chic y esas cosas, va a ser herramienta suficiente para calmar a los agricultores y, sobre todo, recuperar la «soberanía alimentaria» de nuestra siempre amada Francia. Hay malos tomates, sin duda, los que comemos en invierno, y hay buenos tomates, cuando llega la temporada, pero el mal francés es que, en invierno o en verano, su producción agropecuaria es insuficiente para alimentar a la población. En frutas y verduras, importan el 70 por ciento de lo que consumen, así que no les queda más remedio que tragar con los tomates marroquíes, la carne de cerdo polaca, las harinas ucranianas, el pollo argelino, el vacuno español o las lechugas italianas.

Pero también el vino del Rin se cultiva en La Mancha y hacemos salchichas de Frankfurt en Gerona, y los alemanes no se quejan. Y sí, como en España, a los agricultores galos les ha venido un apocalipsis climático adelantado, en forma de burocracias, impuestos verdes y restricciones de los insumos más económicos, pero los más mayores recordamos que cuando no teníamos ni idea de que, un día, tendríamos que salvar el planeta, ya nos paraban los camiones y arrojaban a las cunetas los cargamentos de tomates, lechugas, pimientos y alcaparras que nuestra agricultura, más eficaz, pese a la escasez endémica de agua, les colocaba a mejor precio en el mercado.

La cuestión es que Europa ha pasado de subvencionar las producciones agropecuarias locales e imponer aranceles y vetos disfrazados de medidas sanitarias para cerrar el mercado al exterior, a una exaltación ecologista que responsabiliza al campo de todos los males de la tierra y encarece la propia producción. Urbanitas seducidos por lo «natural», lo «sostenible», lo «bio», a quienes Disney no acabó de explicar bien que el incremento de la esperanza de vida de la humanidad vino con la cloración del agua potable, los pesticidas y los antibióticos. Pero, ya se sabe, es que los tomates españoles son malos y tramposos. No como aquellos pepinos alemanes, tan «ecofrendlys», que se regaban con aguas fecales, pero que otra ministra, esta vez germana, nos endosó por las bravas.