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Cultura... ¿de veras?

La Razón
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De vez en cuando a algún político le da por hablar de Kant o de algo así, y la cultura se pone un par de semanas de moda, más allá del nulo impacto que tiene la cultura propiamente dicha cuando se expresa de la mano de intelectuales. Así que aprovechemos el tirón para exponer alguna idea general y plantear debates de este tipo, sin obviar que he publicado y publico este mes de diciembre cuatro libros de ideas más allá del tópico, obras que me permitiré citar para que el lector interesado tenga una referencia donde completarlas.

Hoy día la cultura es en gran medida una farsa en Occidente, pese a que levantar el velo y descubrir la veracidad de esta afirmación no es fácil. Tenemos socialmente asumido que es actualmente cuando mejor puede darse aquella, pero más bien la cultura se ha vulgarizado, o bien cuando consigue ser «algo» relevante es porque entonces (pese a presentarse como cultura) se ha convertido en otra cosa, es decir, expresión de los valores de nuestro tiempo: el mercado y lo mediático. Observo una cierta incompatibilidad entre la cultura y la realidad. El llamado Estado de la Cultura, implícito en las Constituciones políticas, más bien un «adorno», desde luego no despliega sus efectos propios (surge entonces el «espejismo de cultura»), pero lo curioso es que posiblemente sea mejor que sea así, porque aquella en sentido propio presenta elementos de riesgo para la ordenación social. Y, sin embargo, una realidad social no impregnada de arte no satisface humanamente. El problema no parece tener solución, que es donde radica su único encanto (sobre esos dilemas, pues, mi libro en Editorial Manuscritos «La imposibilidad de la cultura», diciembre 2015, Madrid).

Se exacerba la importancia de otros valores rectores pensando en la justicia y el derecho, como medios de ordenación social apropiados para conseguir al menos esa seguridad y normalidad necesarias que necesitamos, o incluso como vías de felicidad. El problema entonces se acrecienta cuando se observa que, pese a lo que se cree, los conflictos para las personas surgen de forma un tanto aleatoria, más allá de pensar que uno está seguro con tal de asumir ese papel rector de los valores que nos dan seguridad. No sólo lo aleatorio sino también la subjetividad se reflejan demasiado en el derecho. Tampoco por tanto la solución se obtiene a costa de confiar en esto otro y relegando así en el fondo la posición de lo cultural (véase sobre todo esto mi libro «Juicio a un abogado incrédulo; la aleatoriedad de la justicia como aleatoriedad de la vida misma. Consuelos para los que un día perdieron un proceso», con la editorial Civitas, es decir, una «novela» sobre la justicia donde vuelco mis experiencias, de décadas, con el derecho, diciembre 2015, Madrid).

¿Qué hacer ante esta imposibilidad en sentido propio? Buscar una salida de algún modo. Con apoyo en últimas tendencias en materia cultural creo que la solución (solución a medias) está en la llamada «realidad creada»: veo que es una idea del «espíritu del tiempo» ya que se manifiesta incluso a nivel popular en Youtube, pero que admite una dimensión más culta o elevada. Según yo la concibo, uno puede llegar a ella a través de la experimentación de sensaciones de origen predominantemente artístico y que puede trasladar a la sociedad creando esa realidad que vence a la otorgada (véase desarrollada la idea en «El sensacionismo», editorial Trifaldi y para un ejemplo de cómo uno puede crearse su propia realidad, «Homenaje a un sonido», con Cuadernos del laberinto, ambos también casualmente de diciembre de 2015, Madrid).

En fin, ojalá que se encuentre acomodo para la cultura y derecho. Se nos presentan ambos, en esa versión infantil dominante, como almas gemelas cuando más bien son hermanos como lo fueron Caín y Abel son dos partes en conflicto. En todo caso, volviendo al origen, resulta algo triste que nuestro tiempo otorgue excesivo peso a los políticos y más aún que estos últimamente recluten sólo bandas de mediáticos. Cultura, ¿de veras?