Insensateces

Velasco

Manuel se ha quitado intimidad, besos, ha renunciado a mucha tranquilidad por darle todo eso a su madre

Se ha muerto Concha Velasco. Me decía una amiga ayer: Joder, se me está yendo mi mundo. Y yo le tuve que recordar su edad, la de Concha y, aun así, se sentía de alguna manera huérfana de hermana gemela, como si los años no hubieran pasado por Concha. Y así era. Eterna. Moderna. Graciosa. Valiente. Atrevida. Por eso parecía que nunca se iba a morir. Yo tuve la suerte de poder trabajar con ella en el programa de radio que hace años dirigía Luis Herrero en Cope. Siempre tan coqueta, tan linda, tan sonriente. Recuerdo que en ese momento estrenaba «Hello, Dolly», que fue una ruina para ella, pero lo hacía con tanto mimo, con tanta dedicación, con tanta entrega, que daba igual si aquello compensaba o no porque Concha salía todos los días al escenario como si aquello la estuviera poniendo millonaria perdida. De todas formas, como todo el mundo va a glosar lo extraordinaria y completa artista que era, yo me quiero acordar hoy de su hijo Manuel. Manuel Velasco ha sabido conducir este proceso con maestría. Con todo ese aspecto de persona tímida, frágil, callada y sensible, es un titán. Un hombretón delgado que ha sabido proteger lo más complicado: a una madre enferma con ganas de contar todos los días cómo le iba la vida. Ha sabido acompañarla, la ha escuchado, la ha cubierto de un manto perfecto de paciencia, tiempo, dedicación. Manuel se ha quitado intimidad, besos, ha renunciado a mucha tranquilidad por darle todo eso a su madre. La ha sacado del foco, del morbo. Le ha dado un final digno, tremendamente digno. Jamás ha estado sola. Le ha permitido visitas, cariños, tertulias. Cada día un pequeño homenaje. Ha sabido lidiar con una madre diva, con una mujer y su empeño en sacar demasiadas cosas adelante sin fuerza. Por eso le quiero decir a Manuel Velasco que puede descansar tranquilo, porque no creo que todo esto se haya podido hacer mejor y con más amor. Que tiene derecho a ser feliz, a vivir su propia vida cada día sin miedo al teléfono, a los sobresaltos. Que tiene ganada la tranquilidad que ha trabajado. Dichoso resto del tiempo, Manuel. Ahora ya tienes todo tu día listo para ser feliz. (Y tú, Paquito).