Religión

Escuchar para hablar

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

Escuchar para hablar
Escuchar para hablarJosé Javier Míguez Rego.

Lectio divina de este domingo XXIII del tiempo ordinario

Cuando hoy nos preguntamos acerca Dios, su respuesta sigue siendo la misma: la elocuente sencillez de su Palabra y la radical transformación que esta produce. Su evangelio tiene la hondura necesaria para sostener las razones más profundas del amor más elevado, germinar en nuestra conciencia con sutileza y decisión, y ayudarnos a confiar cuando todo conduciría a la desesperación. Por eso, démonos cuenta: hay mucho más de Dios en nosotros de lo que podemos notar. Esta noticia merece ser atendida con solicitud, así como implica su consecuente anuncio. Leamos con atención:

«Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá” (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”». (Marcos 7, 31-37).

Cuánta falta nos hace identificar las manifestaciones de Dios en nuestra vida, que tantas veces damos por descontado o poco valoramos. Porque nuestro gran problema quizá no sea el no poder oír o pronunciar las palabras, sino nuestra dificultad para escuchar y hablar profundamente. Nuestra sociedad, tan llena de ruido, se mueve en lo superficial, y el exceso de información no conduce a la transformación. El gran miedo de tantos es entrar en sí mismos, asumir su verdad y atender desde allí la voz de Dios. Precisamente aquí llega este evangelio para retarnos a vencer ese obstáculo. Nos mueve a entrar al silencio interior y pedir al Espíritu Santo que rompa nuestras personales barreras a la voz divina. Por eso, seamos valientes para contemplar nuestra profundidad, dejemos que la palabra de Dios nos interpele ahí, en lo más nuestro,  y démosle la respuesta que corresponde. Abrámonos a una escucha profunda de nosotros mismos, y desde lo más íntimo hacia Dios Miremos con atención a quien encontramos y démonos cuenta que no llega a nuestra vida por casualidad ni por accidente; seamos capaces de discernir cómo se está presentando Dios en este día.

Effetá: ¡ábrete!, manda Jesús al sordo. Su oído se abre y empieza a oír. Esas mismas palabras se nos han dicho en el rito del Bautismo: “¡Effetá, ábrete! Que Dios te conceda, a tu tiempo, escuchar su Palabra y dar testimonio de ella con toda tu vida”. Ese fue el primer acontecimiento sacramental que ha conectado nuestra historia personal con la eternidad. Ahí Dios ha despertado nuestra capacidad de escucha y, por eso, al vivir el Bautismo, que significa vivir lo esencial y permanente de la fe, nos mantenemos a la escucha abierta y activa de la eterna palabra.  Él nos está mandando a escuchar, porque no deja nunca de hablarnos, pues nos ama; no dejes tú de escucharle.