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JMJ de Río

Francisco: «La dignidad de los jóvenes es poder ganarse el pan»

En su mensaje durante durante el vuelo a Brasil el Papa alertó de que la «cultura del descarte» ha dejado al descubierto la crisis puede menoscabar a «una generación que no ha tenido nunca trabajo».

El Papa Francisco durante el vuelo con los periodistas larazon

Desde el Vaticano o a 12.000 metros de altura, el Papa Francisco mantiene los pies en la tierra. En su encuentro con los periodistas que le acompañaron ayer en su vuelo desde Roma hasta Río de Janeiro, donde presidirá la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el Pontífice mostró una vez más su preocupación por los más débiles al denunciar la exclusión social que sufren los ancianos y los jóvenes. Lamentó que nos hayamos habituado a la «cultura del descarte», demasiado a menudo aplicada a los más mayores, y que ahora también le ha llegado a la juventud por medio del desempleo y de la falta de oportunidades.

«Debemos cortar con esta costumbre del descarte», denunció, pidiendo en cambio una «cultura de la inclusión» que favorezca el encuentro de las distintas generaciones y colectivos. «Hay que hacer un esfuerzo para llevar a todos a la sociedad». El Papa habló de la crisis de manera descarnada: lamentó el daño que está haciendo a los jóvenes y se acordó en particular del altísimo porcentaje de desempleo juvenil. Esta preocupación se vio luego reflejada en su rostro cuando, tras la alocución, los periodistas pasaron a saludarle personalmente y uno de ellos, de nacionalidad española, le mostró una foto de un hermano suyo en paro para que la bendijera. «Pensad que corremos el riesgo de tener una generación que no ha tenido trabajo. Del trabajo viene la dignidad de la persona, de ganarse el pan. Los jóvenes en este momento están en crisis».

Francisco viaja a Brasil para encontrarse con los jóvenes dentro de «su tejido social», no «aislados de su vida». «Cuando los aislamos, hacemos una injusticia, les quitamos la pertenencia. Los jóvenes tienen una pertenencia: a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe». En su discurso, fresco e improvisado, recordó que la juventud es el «futuro de un pueblo», pero no está sola en esta posición. «Son el futuro porque tienen la fuerza, son jóvenes, van hacia adelante». Pero al «otro extremo de la vida» están los ancianos, quienes son también «el futuro de un pueblo». «Un pueblo tiene futuro si va hacia adelante con los dos extremos, con los jóvenes porque lo llevan hacia adelante con su fuerza, y con los ancianos porque ellos tienen la sabiduría de la vida», comentó.

En esa denuncia de la «cultura del descarte» que impregnó su alocución, el Papa lamentó en particular las «injusticias» que «tantas veces hacemos» con los mayores. «Les dejamos a un lado, como si no tuvieran nada que darnos. Ellos tienen la sabiduría de la vida, de la historia, de la patria, de la familia. Necesitamos esto», advirtió. Su mensaje es un aviso que debería tener una resonancia especial en una Europa con una población cada vez más envejecida y en la que los mayores son arrinconados en demasiadas ocasiones. «Por eso digo que voy a encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente con los ancianos. Este es el sentido que yo quiero dar a esta visita a los jóvenes, a los jóvenes en la sociedad», concluyó Francisco.

La petición en el vuelo papal para que la sociedad no deje en la cuneta a la juventud y a los mayores sigue la línea marcada en sus cuatro meses de pontificado, en los que los pobres, los excluidos y, en definitiva, los que viven en los márgenes han sido continuamente objetivo de sus llamamientos. También lo fueron durante los quince años que Jorge Mario Bergoglio fue arzobispo de Buenos Aires y volvieron a ser protagonistas en su primer viaje fuera del Vaticano, que tuvo lugar hace dos semanas en Lampedusa. De forma modesta y renunciando al boato, visitó esta isla italiana situada a poco más de cien kilómetros de la costa africana para confortar a los inmigrantes que se dejan la vida tratando de llegar a Europa.

Con sus palabras y sus gestos, ya sean en el Vaticano, a 12.000 metros de altura o estos días en Río de Janeiro, el Papa vuelve a romper los moldes y hace de la JMJ un evento que va más allá de los jóvenes y engloba también a los ancianos y a los marginados de la sociedad.